domingo, 30 de diciembre de 2012

LAS DOCE UVAS

Ya es una tradición arraigada en España y en muchos países de Hispanoamérica, y sin embargo su origen data de poco más de un siglo, en Madrid, donde ya se comían las doce uvas al ritmo de las campanadas del reloj de la Puerta del Sol, que marcaban la extinción del Año Viejo para dar entrada, entre aplausos, al nuevo año. Se dice que la cosa comenzó a finales del XIX, puesta de moda por familias acomodadas que encontraban muy chic la costumbre francesa de tomar uvas y champagne en la cena de Año Viejo. Otros dicen que se popularizó a principios del XX gracias a unos agricultores levantinos que tuvieron un excedente de uva y se dedicaron a distribuirla gratis a fin de año para la celebración popular de las doce uvas. El caso es que la costumbre se ha instalado en España y no existe en otros países de Europa, donde es bastante general recibir el año con fuegos artificiales –qué adecuada metáfora de lo que va a ser el año que comienza: ilusión, artificio.

Sin embargo, las uvas de la suerte esconden un significado casi indescifrable, quizás porque no lo tienen, o porque es inconsciente. Un racimo de uvas sugiere abundancia, plenitud. Es además el símbolo del vino, su origen, y comer las uvas es como iniciar en nosotros ese milagroso proceso de fermentación que traerá la felicidad. El dios romano del vino, Dionisos, tenía por misión liberar al hombre de su ser normal mediante el éxtasis del vino, dando fin al cuidado y la preocupación. Es una buena manera de acabar el año, de olvidarse del pasado disponiéndose a renacer. Y la uva simboliza ese deseo sin llegar a la embriaguez, apta para todos los públicos.

Pero el misterio se extiende más allá del simbolismo de la uva, porque se antoja irrelevante el hacer coincidir la toma de doce uvas con las doce campanadas o segundos finales del año. Un ritual puede crearse con cualquier significado, pero si ese ritual arraiga y se perpetúa es porque su significado es profundo. ¿No representarán las doce uvas, antes que los doce últimos segundos del año, los doce meses que están por venir y para los que se desea suerte?

Doce segundos, doce horas, doce meses… el simbolismo histórico del doce. Los babilonios, grandes observadores del cielo,  constataron que la luna llena aparecía doce veces al año. De ahí se derivarían los doce meses del año, las doce horas antes y después del mediodía, los calendarios y muchas cosas más, como los doce signos del zodiaco, las doce tribus de Israel, los doce dioses principales de Grecia, los doce Apóstoles, los doce caballeros de la Tabla Redonda… y hasta la docena de huevos en nuestros días. Me pregunto si no sería más práctico comprar los huevos por decenas, acorde con nuestros sistema decimal de contar. Pero es que el simbolismo lo penetra todo, enriqueciendo la vida con esa magia que nos hace existir más intensamente. Como lo hace la magia de las doce campanadas en la Puerta del Sol, cuyo sonido de bronce tenemos grabado en nuestra memoria desde la infancia, y que muchos visitantes que han venido a la capital de compras o turismo, y tienen que marcharse anticipadamente, no pierden la ocasión de oír a las doce de la mañana, llenando la plaza.

¡Que los doce meses que vienen nos sean propicios!

jueves, 27 de diciembre de 2012

IBERIA, AMADA IBERIA

El otro día, por la tele, volvieron a decir en un reportaje que muchos portugueses desearían volver a formar parte de España, superando los resentimientos históricos, ya que pensaban que les iría mucho mejor económicamente. Y estoy convencido de que muchos más españoles estarían encantados también, a pesar de ser una carga penosa para nuestra economía. Hoy por hoy, los portugueses siguen siendo casi invisibles para los españoles, como ese pariente al que se ignora debido a conflictos de familia. Si no fuera por el dulce vino de Oporto y el también dulcísimo y nostálgico fado, no tendríamos a Portugal en nuestra memoria cotidiana.

El que salga esto a colación en esta época navideña, se debe sin duda a ese sentimiento de reconciliación familiar que estas fechas despiertan. Como contrapunto, los sentimientos separatistas catalanes actualmente exacerbados, que parecen devolvernos a aquella Edad Media en que comenzaron a formarse los reinos hispánicos a medida que se iban reconquistando los distintos territorios por las poblaciones cristianas. Pero primero los romanos, después los visigodos y finalmente los musulmanes, aspiraron y consiguieron la unificación de los territorios peninsulares. Fueron los romanos los que dieron a la península el nombre de Hispania, sustituyendo al anterior nombre griego de Iberia. En la Edad Media el nombre era más bien una denominación geográfica de la península, no empezando a utilizarse con intención política hasta la unión dinástica de los reinos de Castilla y León. A partir del descubrimiento de América, la identificación de lo español con lo castellano se va produciendo debido a la supremacía lingüística, económica y política del área castellana. El que los intereses centralistas castellanos hayan originado recelos y reclamaciones históricas en las poblaciones correspondientes a los reinos medievales periféricos, sólo sería justificable si se atiende a una concepción política que posteriormente se decantaría en el concepto de estado moderno, con funciones unificadas para todo el territorio abarcado.

Pero el hecho es que aquí estamos, con herencias sentimentales medievales todavía, vehiculadas por lenguas y culturas locales que se intentan mantener diferenciadas y reactivadas como seña de identidad frente al desencanto del presente, el eterno presente de todas las épocas, que salvo una empresa común vertebradora –como decía Ortega– siempre genera contestación e introversión en los sentimientos de la patria chica.

Esta connotación negativa de la idea y el nombre de “España” entre la periferia peninsular le hace desear a uno, en este tiempo de afectos navideños, una estructura de estado capaz de aglutinar con la suficiente independencia y autogobierno a todas las gentes y territorios, salvando lo común, que se quiera o no existe en forma de tradiciones, intercambios y costumbres ancestrales e históricas. Y sobre todo, salvando los sentimientos de unión entre unas gentes que han vivido, luchado y sufrido frente a retos y enemigos comunes llegados de fuera, en un amplio territorio con identidad peninsular bien definida en el continente europeo. Y hasta estaría uno, ingenuamente, dispuesto a volver a usar el inicial nombre griego de Iberia, tan amado, tan prerromano, que lograra englobar cómodamente bajo sus emociones a portugueses, catalanes y demás gentes, en una federación ibérica con sólidos enlaces a las comunidades “iberoamericanas” de ultramar. 

viernes, 21 de diciembre de 2012

EL CALENDARIO MAYA Y LA LOTERÍA

El que se haya difundido la falsa idea de que los mayas cifraban el fin del mundo en este día, 21 de Diciembre de 2012 a las 12h y 12m, es otra más de las fantasías que prosperan con más fuerza que otros años al calor de la crisis general que sufrimos. También han crecido más las colas de los que esperan conseguir un billete de lotería en la madrileña casa de Dña. Manolita, famosa por ser la que más premios reparte, aunque en realidad se deba a que es la que más vende.  

Pero la verdad es que el 21 del 2012, a las 12 y 12, no es más que el solsticio de invierno, el día más corto del año, a partir del cual el Sol, siempre invicto, comienza a renacer de su supuesta muerte, iluminando más horas nuestro mundo. Y en el calendario maya, hoy, es el fin de una era de 5.200 años, una entre las que dividen el tiempo del mundo, que no es lineal sino cíclico, es decir, eterno.

Pero al margen de las culturas y los mitos, lo que sí es evidente es que estamos propensos en nuestros días a la credulidad apocalíptica, a la influencia de lo desconocido y lo esotérico como antídoto de la realidad frustrante que nos toca vivir. Siempre sorprende la credulidad de la gente, esa creencia ciega y pasiva que espera en una cola interminable a que le toque la lotería que le redimirá de sus penurias, o al cumplimiento de una falsa profecía que anuncia la destrucción de un mundo agotado y corrompido. La fe mueve montañas, pero me temo que no moverá el bombo de la lotería ni los astros de los que depende nuestra existencia. En todo caso, esperemos a las 7 y 12 de la tarde en España, que es la hora que corresponde a las 12 y 12 en México… Yo las doy ya por pasadas.

sábado, 15 de diciembre de 2012

ARMAS... TENER O NO TENER, ESA ES LA CUESTIÓN

El origen del derecho de los particulares a tener armas está en la Inglaterra medieval, cuando estaba orientado a formar una milicia que pudiera acudir en defensa del Rey si era requerida. Más tarde, en el siglo XVII, este derecho común se orientó a la defensa personal, en línea con la interpretación moderna. El derecho anglosajón se exportó a las colonias, EEUU, Canadá y Australia principalmente. Aunque Inglaterra estableció duras restricciones posteriormente, con la independencia de los EEUU el derecho a poseer armas se consagró como inviolable, y así lo refleja su Constitución en la famosa segunda enmienda. En la expansión de la frontera estadounidense hacia la costa oeste, era esencial que las gentes estuviesen armadas y dispuestas a defender los territorios ocupados a los indígenas, ya que el estado malamente podía garantizar su seguridad en un territorio tan inmenso. Además, el flujo de gentes de toda condición llegados de Europa, hacía necesaria la autodefensa de las personas y las propiedades. Así se consolidó, durante el siglo XIX, la tradición del uso de las armas en el legendario Oeste americano. Un siglo más o menos separa la actualidad estadounidense de aquellos tiempos épicos, muy poco para desterrar esa costumbre que el cine ha elevado a la categoría de epopeya nacional. Pero es que además, en la actualidad, dada la enorme dispersión de la población en muchas partes, y la conflictividad en las grandes ciudades derivada de una población multiétnica con sensibles desajustes sociales y económicos, es imposible que el estado pueda garantizar la seguridad de todas las personas, lo que de hecho obliga a la autodefensa.

En EEUU adquirir un arma es tan fácil como tener el dinero que cuesta y ser mayor de edad. Se puede incluso llevarla a la vista en muchos estados y en otros portarla oculta. Una mayoría de la población está a favor de la tenencia libre de armas (60 %), aunque la polémica entre partidarios y detractores es antigua, sobre todo con ocasión de las típicas masacres que cada pocos años tienen lugar allí, como esta reciente en un colegio de primaria. Si fuera difícil conseguir un arma, dicen unos, no pasarían estas cosas. Y los otros contestan que si fuera difícil, los malhechores la conseguirían de todas maneras, mientras que las personas honradas no podrían y estarían indefensas. No cabe duda de que un malhechor que se plantea atracar un domicilio o una tienda, por ejemplo, se lo piensa diez veces no sea que le reciban a tiros. Pero por otro lado, los dementes que cometen estas masacres en colegios y entre gente despreocupada, tendrían un acceso más difícil a las armas. Una posición intermedia defendida por muchos, que quizás evitaría estos dramas, es el control sicológico y penal de los solicitantes.  

Y luego están los importantes intereses económicos de la industria de las armas personales y la influencia de la famosa Asociación del Rifle, con más de cuatro millones de asociados y un enorme poder económico y político, que hacen casi inviable establecer restricciones. Hay tantas armas en EEUU como habitantes, aunque sólo la mitad de la población está armada, lo que quiere decir que cada persona armada tiene de media dos armas, y que algunos tienen muchas, demasiadas. Y entre ellos esos fanáticos propensos a usarlas al servicio de su demencia. Da bastante pena ver vídeos en internet de padres enseñando a disparar una pistola de grueso calibre a un niño de cinco o seis años, pero así es la "cultura de la violencia" de este país, que tantas veces se ha reflejado en el cine y en los conflictos internacionales reales.

jueves, 13 de diciembre de 2012

EL SUICIDIO DE LA ENFERMERA JACINTHA

A todas luces ha sido desorbitada la reacción de la enfermera Jacintha Saldanha, de origen indio, víctima de una broma de dos locutores de la radio australiana, que se hicieron pasar por la reina Isabel II y el príncipe Carlos interesándose por la salud de Kate Middleton, que estaba recibiendo atención médica en el hospital King Edward, donde trabajaba Jacintha. Además, ella simplemente transfirió la llamada a la enfermera que atendía a la princesa, que fue la que dio toda suerte de información a los bromistas. Estos, no contentos con la burla en sí, la difundieron por todo el mundo a través de Internet y las redes sociales, dando a la broma una dimensión que alcanzaba de rebote a la familia real y a las instituciones hospitalarias británicas.

El caso es que la enfermera Jacintha ha aparecido ahorcada con un chal en la habitación de enfermeras del hospital, mientras que su compañera, la que atendió realmente a los bromistas, no parece que se lo haya tomado tan a la tremenda. Sin duda Samantha se sintió más culpable ya que debería haber filtrado la llamada, haber sospechado algo antes de darla por auténtica. O la hicieron sentirse más culpable desde determinadas instancias, cosa que se ha desmentido oficialmente.

Muchas cosas quedan en el aire tras este suceso, y algunas ambigüedades. Se dijo inicialmente que había aparecido muerta y que se le iba a hacer la autopsia para esclarecer la causa de la muerte, pero se ocultó que se había ahorcado. Tenía también heridas cortantes en las muñecas y se encontraron varias notas suyas dirigidas a sus familiares, marido e hijos, aunque se desconoce su contenido. Se hará una investigación detallada que no se conocerá hasta Marzo. Pero al margen de la investigación del hecho en sí,  dos cosas nos quedan claras: la primera, la estupidez de los bromistas de los medios, dispuestos a rentabilizar su ingenio a costa de gente normal que no imagina lo ciegamente banales que son.  Segundo, el drama interior de personas como Jacintha, que siendo personas serias y trabajadoras, llevan posiblemente una historia conflictiva dentro que no trasciende al exterior y que les hace reaccionar de manera extrema ante circunstancias problemáticas. Esa “intrahistoria” personal no saldrá en la prensa y pasará desapercibida, pero los locutores trágicamente bromistas la llevarán encima siempre si llegan a conocerla.  

sábado, 8 de diciembre de 2012

EL PRECIO DE LA CULTURA

¿Debería ser gratis la cultura? Es una pregunta que muchos se han hecho y que vuelve a estar de actualidad al hilo de la substitución del canon digital por un procedimiento de compensación a los autores a cuenta del Presupuesto General del Estado. Las nuevas tecnologías han desbordado la estructura comercial de los productos culturales, y la copia o pirateo gratuito son cada vez más frecuentes, por lo que en su día se estableció el dichoso canon que pretendía compensar a los poseedores del derecho de hacer copias (copyright); canon que se aplicaba a los aparatos capaces de copiar, reproducir y almacenar las obras. Era evidentemente injusto, ya que el pirateo es sólo una de los muchos usos de los aparatos digitales y se estaba repercutiendo el lucro cesante por esta causa entre todos los usuarios de equipos digitales. Y más injusta parece la nueva solución, ya que reparte dicha carga entre todos los contribuyentes, sin distinción. Aunque si somos objetivos, este recurso se emplea en multitud de casos y nadie levanta el grito al cielo, por ejemplo en algunos servicios públicos, con independencia de que una persona los utilice o no, o en los grandes almacenes, que se compensan de los pequeños robos subiendo ligeramente el precio de todos los productos.

Pero volvamos al título y abordemos el asunto del coste de la cultura. Y me refiero estrictamente al “coste”, no al precio a que se vende. Si no completamente gratuita, lo que es casi imposible dentro de la estructura comercial y el sistema productivo en el que estamos, sí que al menos podría ser más barata, mucho más barata, gracias a las nuevas tecnologías que reducen muchísimo los costes de producción y distribución. Sólo nos quedaría por abaratar la parte más delicada, la remuneración del autor. Es obvio que en la mayoría de los casos el autor pretende ganarse la vida en todo o en parte con su arte, y que está contaminado hasta la médula de esa máxima capitalista que afirma que el tiempo es oro, de más o menos quilates según la valía del autor, la cual se mide en el “mercado” por la demanda que genera en base a su propio prestigio y a las hábiles campañas publicitarias lanzadas por el sector que más se beneficia del “negocio” de la cultura: las editoriales, las discográficas, los “productores”. Porque no nos engañemos, la obra es con mucha frecuencia un pretexto, una baratija envuelta en los colores de la publicidad con la que los productores se llenan los bolsillos.  ¿Y dónde se ha quedado entonces la cultura, la verdadera cultura?, ya que para hacer negocio la obra tiene que alcanzar a las masas consumidoras, que tampoco buscan la calidad auténtica, sino lo excitante más básico, lo de moda, lo que pueden relacionar con la actualidad más banal. La cultura, así, se ha quedado en la cuneta. Que no nos embauquen pues con el respeto a la remuneración del “creador”, pues es claro que estamos hablando en la mayoría de los casos de los trabajadores de la falsa cultura pagados por los negociantes. Todo coincide, todo son eslabones de la cadena económica. Y este entramado se ve como positivo desde las instancias del Estado, ya que la “cultura” es en realidad otra rama más del producto interior bruto, a la que hay que favorecer. No nos extrañemos entonces de que el Estado vele por imponer cánones y compensaciones a la industria de la cultura, que pagaremos todos, incluso sin haber comprado la mercancía.

Por respeto a  los autores que escriben por auténtico placer creador, y con verdadera calidad aunque con remuneración mínima, habría que eliminar de nuestro vocabulario la famosa frase de los “derechos de autor”, que es un eufemismo para referirse en realidad a los derechos del “productor”, es decir, de las editoriales y discográficas, que son las que se llevan la  parte del león en este negocio. Es más honesto usar el término anglosajón de “copyright”, el derecho a producir copias.

A Dios gracias, la técnica ha entrado en contradicción dentro del sistema con su hermana la economía, y está permitiendo el abaratamiento sin precedentes de los costes de los productos culturales, que circulan por las redes digitales a precios mínimos e incluso gratis. Y si el panorama comercial no cambia y se ajusta a la nueva realidad, es en las redes digitales donde quizás se vaya a refugiar la verdadera cultura, que es aquella que no nace bastarda del dinero sino del auténtico placer de crear en libertad. Vivimos tiempos en que el sistema económico anda exacerbado y se ha apropiado de la cultura, convirtiendo en riqueza económica lo que debía seguir siendo riqueza cultural. Y es una pena que el Estado deje la cultura en esas manos. Porque quizás haya llegado ya el momento de pensar en extender el concepto de biblioteca pública tradicional, donde pueden leerse de manera gratuita todos los libros que se publican, al concepto de biblioteca pública virtual, soportada en la red e igualmente gratuita. Al menos la tecnología lo permite. La difusión de la cultura redunda en beneficio de toda la sociedad, y el restringirla para obtener elevados rendimientos económicos es profundamente inmoral. Pienso que se crearía menos entonces, pero se crearía calidad, verdadera cultura.

lunes, 19 de noviembre de 2012

JUGANDO CON LAS PALABRAS

Filosofando, ése tenía que haber sido el título. Pero es que en nuestros días ya nadie cree en la Filosofía, ni en la Religión, ni en la Política, ni en general en las grandes “Ideas”. Por eso lo de “jugando con las palabras”, que es más actual, menos ambicioso. Y es que ya lo dijo hace casi nada Wittgenstein, que los problemas de la filosofía son generalmente problemas del lenguaje, es decir, incongruencias, trampas que nos tiende el lenguaje, líos que nos hacemos con las palabras.

A simple vista, por ejemplo, nadie juzga nada rara esta pregunta: “¿Existe la nada?”. Sobre todo si el que la hace es un ateo pensando en la muerte. Y sin embargo es una pregunta que no puede hacerse, ya que no tiene sentido preguntar si existe lo que se define precisamente como la no existencia de cualquier cosa. Resumiendo la pregunta para hacerla más absurda si cabe, podíamos expresarla como “¿existe la no existencia?”.

Podemos jugar con las palabras de muchas maneras, unas veces con sentido y otras sin él. Podemos decir por ejemplo “un color amargo”, y a casi todos les parecerá ahora una incongruencia, puesto que un color no tiene sabor, y sin embargo la expresión sí tiene sentido, un sentido poético. Se trata de una metáfora. Claro que las metáforas son para hacer poesía y no filosofía. La filosofía  aspira al empleo preciso del lenguaje para evitar ambigüedades, pero eso es un intento vano porque el lenguaje es ambiguo e impreciso por naturaleza. Por eso los filósofos lo primero que hacen antes de exponer una teoría es precisar su empleo del lenguaje, e incluso se inventan palabras o usos nuevos de palabras. Y aún así la cosa no funciona demasiado bien, hasta el punto de haberse dicho por algunos que la verdadera filosofía debería expresarse en lenguaje matemático. Pero tampoco eso funciona y es otro vano intento el intentar comprender la existencia con la lógica pura, porque la existencia es escurridiza, difusa, borrosa. Borrosa, sí, hasta el punto que hoy se empieza a meterle el diente al asunto mediante la llamada “lógica borrosa”, o lógica probable. Vaya combinación de palabras, casi como la pregunta de si existe la no existencia, porque esperamos de la lógica que sea clara y luminosa, y no borrosa y sin perfiles. Y es que ya no estamos seguros de nada. Ya no podemos decir de un juicio que es verdadero o falso, pues algunas veces es verdadero y falso a la vez.  

Otra pregunta tradicional que a nadie asombra, antes bien, que se ha planteado el hombre hasta la saciedad desde que los griegos se inventaron el razonar, es: “¿Existe Dios?”. Y no obstante parecer una pregunta esencial, estamos delante otra vez de una pregunta mal hecha. A Dios lo hemos definido como lo que nunca cambia, lo igual a sí mismo eternamente. Pero sabemos que todo lo que existe ante nosotros es cambiante con mayor o menor lentitud; así las estrellas o el hombre. Incluso la mente del hombre consiste en un proceso cambiante, apto para percibir sólo lo cambiante, es decir, lo real. Dios es pues inasequible a nuestros sentidos y a nuestra mente, y sin embargo decimos “conocerle” a través del espíritu. Nuestro espíritu no puede ser entonces conocido por nuestra mente, lo mismo que Dios, y ambos tienen que ser de la misma naturaleza para poder conocerse entre sí y a sí mismos. Pero veamos ahora cómo es el pretendido conocimiento “espiritual” que decimos tener. Es un conocimiento directo, intuitivo, presencial. Es un conocimiento que nos llena de admiración, iluminación, éxtasis amoroso. Pero todo eso son sentimientos, son estados cambiantes de nuestra realidad humana, y por tanto no pertenecen a la naturaleza inmutable del espíritu. Cabría pensar que aunque no pertenecen al espíritu, son inducidos por él en nuestra naturaleza humana en momentos determinados. Pero ¿cómo algo que no es cambiante puede inducir cambios ocasionales en otro ser? Al menos se requeriría la voluntad de hacerlo, y ese acto de voluntad está precedido por su ausencia, con lo que ha habido un cambio en el espíritu inmutable. Parece evidente que todas esas emociones espirituales proceden exclusivamente de nuestro propio ser humano, que todo es humano, demasiado humano, como dijo Nietzsche. Dios se convierte así en algo inasequible al hombre, algo que no “existe” para la naturaleza real y cambiante del hombre. Se convierte en la Nada. Y ya dijimos que no puede hacerse la pregunta de si existe la nada.

Bueno, pues ya hemos jugado un rato con las palabras, que otra cosa no parece seguro que hayamos hecho. Y sin embargo, se intuye que hay una “realidad”  más amplia que desborda las palabras y a la que no tenemos acceso. Todo lo nuestro son intentos de apresar lo inapresable por medio de construcciones lógicas de lenguaje que siguen manifestando sus limitaciones. Es más potente lo borroso, lo impreciso, lo que deja la puerta abierta a lo inefable. Es más potente una metáfora que un razonamiento. Corren tiempos de ser poeta mejor que filósofo.

Y sin embargo, cuando una teoría filosófica, o un simple ensayo, están bien construidos y son capaces de hacerse evidentes, cuando son capaces de hacerse luz en nuestra mente, algo trasciende lo meramente racional y se aproxima al arte, al espíritu, a Dios. No en vano a nuestro Dios judío se le ha llamado el Verbo, el Logos, la Palabra; el Dios de la palabra escrita.

sábado, 10 de noviembre de 2012

EL MATRIMONIO HOMOSEXUAL

¡Anda que no tienen moral los homosexuales! Ahora que los heteros no se quieren casar ni a tiros, y de los que ya lo están se separan la mitad, los gays y lesbianas dale que dale con el matrimonio. Y al final lo han conseguido, con todas las bendiciones legales y constitucionales. Claro que en su caso, la conquista del matrimonio civil es un hito en su carrera por alcanzar la aceptación social y la normalización en su modo de vida, además de los derechos sociales inherentes al estado civil del matrimonio. Algunas pegas si se ponen por una parte importante de la población, una relativa al nombre, ya que “matrimonio” hace referencia a la función maternal y a los derechos de la madre a ser cuidada y atendida por el varón. Se hubiese preferido otro nombre, como “casamiento” o “desposamiento”, que hace más hincapié en las obligaciones de los “cónyuges” o “esposos” entre sí. Pero uno se imagina que eso de “matrimonio” tiene cierto morbo para la pareja homosexual y los roles que se adoptan dentro de ella. Otra pega, o duda, o incertidumbre en torno al resultado, es el derecho a adoptar niños y a educarlos. Esto va a ser un experimento sociológico sin duda y el tiempo dirá si fue oportuno. El ambiente del hogar y el aprendizaje espontáneo de los modelos paternales, condicionan la conducta de los hijos y habrá que considerar si los hogares homosexuales entregan a la sociedad personas condicionadas a la misma tendencia o no. Ahí flota un debate que trasciende lo legislativo para entrar de lleno en el modelo de sociedad que se desea, y eso no puede debatirse en un Parlamento, sino en el seno entero de la sociedad. Porque no hay que engañarse con algunos planteamientos de educación cívica introducidos por los políticos de turno responsables del cambio de la ley del matrimonio, que presentaban la homosexualidad como un opción más, equivalente a la heterosexual. La sexualidad juega un papel importante en la formación del individuo y en la configuración de la sociedad, y sin establecer juicios de valor, hay que decir que genera diferencias en el modelo social.  
 
 No es fácil para un heterosexual situarse en un punto de observación desde el que se vea con objetividad el problema de los homosexuales, o mejor, desde el que no se vea como problema. Hay diversos enfoques que considerar, y el más relevante quizás es el que se refiere a los usos y costumbres tolerados por la sociedad. Es en este enfoque en el que se ha apoyado el Tribunal Constitucional para advertir que las costumbres han cambiado en la actualidad y que no existe un rechazo social mayoritario de la conducta homosexual. A lo largo de la historia, es ocioso decirlo, ha habido culturas, como la griega y la romana, en las que las conductas homosexuales eran bien toleradas y hasta podría decirse que frecuentes en determinadas situaciones y contextos. Pero no se trata aquí de describir en detalle las costumbres históricas, sino constatar su existencia en relación a las conductas homosexuales.
Otro enfoque que conviene considerar en segundo lugar, y que se ha sobrevalorado muchas veces, es el biológico. La pregunta típica es si la conducta homosexual es anormal o no. Aquí se tropieza con la ambivalencia de las palabras, porque el término “normal” tiene dos significados: el de no aberrante y el de mayoritario. Es claro que la homosexualidad no es “normal” en el sentido de mayoritaria o más frecuente, ya que se estima una población netamente homosexual de un tres o cuatro por ciento. En cuanto a la otra acepción, la de si es una conducta aberrante o no, es decir, si es natural o antinatural, conviene considerar el asunto con cierta amplitud, porque de nuevo estamos enredados en las ambigüedades y trampas del lenguaje. En primer término habría que decir que todo lo que ocurre en la naturaleza es natural, incluido lo aberrante y lo inadecuado. Es decir, que lo natural no está matemáticamente determinado en una dirección rígida, sino que existe un margen de tolerancia. Las leyes naturales tendentes a un fin concreto se han desarrollado por evolución para que se materialice ese fin, no siendo necesario ni eficaz un cumplimiento en el 100% de los casos. Basta con que el objetivo se cumpla con el menor coste posible, es decir, sin rigidez y permitiendo la diversidad. Es evidente que la conducta sexual está orientada por la naturaleza hacia la procreación, pero no es necesario que todos los individuos se atengan a ese principio; basta con que se garantice la conservación de la especie. Así, la madre naturaleza se ha permitido un diseño fácil de las conductas instintivas,  con una distribución estadística que contiene diversos grados de homosexualidad dentro de un sector minoritario de la distribución. Y si la madre naturaleza lo ha tolerado así, ¿por qué no habría de tolerarlo la sociedad? Los homosexuales tienen todo el derecho a asumir la predisposición que han recibido de la naturaleza, más cuando ir contra ella les va a acarrear problemas de diversos tipos.
Pero sobre este enfoque, que como dije se ha sobrevalorado, está el cultural que admite otro uso de la sexualidad, aparte de la procreación. Nadie otorgaría el calificativo de antinatural al placer gastronómico por el hecho de que no atiende al fin de la alimentación, sino al mero placer del gusto. Así, la sexualidad se ha desarrollado también, desde siempre, en el campo del placer, y atiende además a diversos fines de estabilidad social y equilibrio emocional, distintos del natural con que fue creada por la evolución.  La superpoblación del planeta parece hacer ya innecesaria esa ley natural de creced y multiplicaos, y el placer sexual se erige así como un fin en sí mismo.
En la génesis de la homosexualidad hay muchos factores que actúan, y no sólo los genéticos. Hay factores hormonales, sicológicos, sociales, educativos, experienciales, etc. Y todo este complejo mosaico interactúa para hacer que cada caso sea particular. Por eso no cabe analizar demasiado la homosexualidad, sino aceptarla como un hecho en sus proporciones reales. Muchas veces, sobre todo en ambientes homosexuales, se tiende a exagerar la proporción de la población homosexual, pero es difícil hablar de homosexualidad completa y permanente, cuya incidencia es mínima. La conducta homosexual aparece en todas las gradaciones, desde la actividad eventual en determinadas épocas de la vida, hasta la conducta bisexual en diferentes proporciones de preferencia.  La madre naturaleza tiene la manga ancha y gusta de jugar a la diversidad.
Volviendo al principio y al deseo de casarse los homosexuales, no sé si son plenamente conscientes de la trampa que se les ofrece: el ser asimilados por el sistema, el perder su estatus de movimiento social revulsivo y contestatario,  el convertirse en una fuerza conquistada y sometida civilmente.  
Y ya para terminar, y aparte de todo lo dicho, que podría considerarse como perteneciente al punto de vista de una moral civil o laica, no se puede ignorar la perspectiva desde una moral religiosa, que a fin de cuentas está alojada, directa o indirectamente, en una parte sustancial de la sociedad española. Con la incertidumbre que siempre conllevan las encuestas, el 75 % de la población se declara católica, si bien la mitad no es practicante. Esa masa social tiene pues el suficiente peso para que en una sociedad democrática sea tenida en cuenta a la hora de definir el modelo social y las leyes que lo regulan. La posición oficial de la Iglesia Católica está bien definida, y condena las prácticas homosexuales aunque no las tendencias instintivas, pero a éstas últimas las condena a la castidad. No es aquí el lugar de analizar la racionalidad o insensatez de la postura de la Iglesia, sino de tomar como un hecho su implantación en la moral de las gentes católicas y respetarla, igual que hemos hecho con el fenómeno homosexual, y en la línea de la postura del Tribunal Constitucional, que se apoya en la realidad de las costumbres.

jueves, 8 de noviembre de 2012

CADUCIDAD PROGRAMADA

Todos nos hemos cabreado un montón al comprobar que se ha estropeado el móvil que compramos hace un año escasamente, o hemos jurado en hebreo cuando nuestro ordenador de última generación se ve vergonzosamente superado por una nueva tecnología que multiplica las prestaciones. Son los dos modelos típicos de lo que ha venido en llamarse obsolescencia programada. ¡Estas cosas no pasaban antes! –gritan nuestros mayores, añadiendo que una nevera duraba veinte años sin problemas-. Y este fenómeno de la obsolescencia rápida es general, cualquiera que sea el aparato que consideremos. Pero lo aparentemente grave es que no se trata de una fabricación chapucera, de bajo coste y mínimo control de calidad, sino que es intencionada para que las cosas no duren. El caso más ilustrativo y antiguo son las bombillas, cuya vida media no llega hoy, sistemáticamente, al año. Sin embargo, una bombilla instalada en 1901 en un parque de bomberos de Connecticut ha estado luciendo ininterrumpidamente hasta hoy, siendo objeto de celebraciones en su centenario de vida. Lo que ha sucedido es que a partir de la Gran Depresión de los años treinta, los fabricantes llegaron al acuerdo de fabricar bombillas de vida limitada para que aumentara el consumo de bombillas. La ecuación es bien sencilla: a más necesidad de consumo, más producción, más empleo en las fábricas, más impuestos para el Estado, que puede abordar obras públicas, etc. El crecimiento parecía asegurado, y el secreto era aumentar el consumo. Esta estrategia económica, que parecía haberse olvidado después de la depresión, salvo en la producción de las bombillas, que siempre ha perdurado, ha resurgido con fuerza en todo el mercado de productos al calor del sistema económico neoliberal que sufrimos en nuestros días, basado en un crecimiento continuo desmesurado que engorda el bolsillo del empresario y del capital, a la vez que garantiza trabajo a una gran masa de población laboral cada vez con más reivindicaciones económicas. El sistema neoliberal se sustenta en tres pilares: publicidad, que crea de manera incesante necesidades de consumo indiscriminadas como medida de la prosperidad y satisfacción individual, hasta el punto de que muchas personas se autodefinen como “consumidores” en vez de simplemente como personas; el crédito, que permite comprar  a costa de endeudarse hacia el futuro; y el trabajo intensivo y esclavo para poder reintegrar los préstamos adquiridos. Parodiando el esquema, se podría decir que nos obligan a trabajar para pagar cosas que hemos comprado sin necesitarlas, movidos  por el engaño de la publicidad. Pero así está la cosa, y el pretender abandonar el sistema de golpe se traduciría en quiebra general, en desempleo masivo, en colapso social.

La caducidad programada se revela pues como el motor secreto de nuestro sistema económico, sin la cual dejaría de funcionar. Y uno se pregunta si esto sería válido para cualquier otro sistema, por ejemplo un sistema orgánico. Tenemos una vida media limitada, alrededor de los noventa años si no intervienen enfermedades que la acorten. Pero sorprendentemente esto no es un hecho necesario, y resulta que hay una programación biológica llamada “apoptosis” que hace que nuestras células mueran en un plazo fijado, a pesar de que podían seguir viviendo mucho más. Existe una especie de reloj biológico semejante al chip que tienen muchas impresoras de ordenador, que va contando la actividad de la máquina para inducir un fallo general al llegar a su límite programado. Nuestro reloj biológico va contando nuestra existencia, y se ha desarrollado por evolución para servir a las necesidades de la especie. Es decir, que es bueno para la especie que los individuos no vivan más de noventa años. ¡Nuestra especie es pues como el sistema económico neoliberal, vaya chasco! No en vano el precepto económico básico liberal es dejar hacer al mercado, sin condicionarle, de manera que él mismo se ajuste para que progrese. La ley de la evolución aplicada al sistema económico, vamos. ¡Estamos bien, pillados por todas partes!

jueves, 1 de noviembre de 2012

EL "ALMA" DE MARILÓ

La conocida presentadora de televisión Mariló Montero, mujer bella y de carácter atractivo, ha  sido la causa de que se arme la marimorena en las redes sociales debido a una “aparente” simpleza que dijo en un programa: que no sabía si en un trasplante de órganos el receptor no recibía también, además del órgano del donante, parte de su alma. He enmarcado la palabra “aparente” porque aunque en nuestros días esa afirmación parece una tontería, hace algunos siglos hubiese levantado profundos debates e interminables reflexiones filosóficas, semejantes a aquellas que tuvieron lugar al final del Medievo en Constantinopla, relativas al sexo de los ángeles. Y no estoy hablando ahora en metáfora, sino del origen de la famosa metáfora que se aplica cuando se discute de cosas intangibles, irrelevantes y sin sentido para el común de los mortales, mientras tienen lugar graves acontecimientos reales, como lo fue entonces el asedio de Constantinopla por los turcos. La Biblia cita a veces a ángeles femeninos además de los masculinos, lo que dio pie entonces a largos debates en el seno de la Iglesia. Aquellas “discusiones bizantinas” interminables hubiesen incluido con gran apasionamiento las dudas de Mariló sobre el “alma” de los órganos del cuerpo, si hubiesen existido entonces los trasplantes.  

Será porque me cae bien Mariló, pero voy a romper una lanza a su favor. Para aquellos que creen en la dualidad cuerpo-alma, esta última se separa del cuerpo en la muerte, pero cada vez está menos claro cuando debería tener lugar esta separación, es decir, cuando tiene lugar el momento de la muerte. Así, ese instante crucial e irreversible se ha ido modificando a lo largo del tiempo, creyéndose inicialmente que era cuando el corazón dejaba de latir y se paraba la respiración: la carencia de sangre oxigenada circulando por el cuerpo provocaba la muerte celular de los diferentes órganos. Pero no todos mueren a la vez. Algunos, como el cerebro, lo hacen enseguida, y otros como los riñones tardan más tiempo en hacerlo. Cabe preguntarse ahora donde se alberga el alma, si en la totalidad del cuerpo o en algún órgano concreto, tal que el cerebro. Esto último parece convenir a aquellos que la conciben como una funcionalidad de la estructura neuronal, función que desaparecería con la muerte cerebral. Pero, como hemos dicho, después de ese momento siguen vivos todavía muchos otros órganos, aunque condenados a su muerte próxima si no se interviene en el organismo de una manera artificial. Con respiración y circulación asistidas, el cuerpo puede seguir vivo y mantener sus funciones orgánicas, lo cual ha servido curiosamente para utilizarse en la extracción de órganos en un momento oportuno para el receptor, elevando previamente a categoría de muerte “oficial” la muerte cerebral. Pero esta muerte cerebral no deja de ser un hecho sospechoso de oportunismo en el mercado de órganos, o si se quiere ser menos hiriente, en la práctica médica. Así pues, muchos rechazarán el dogma médico de la muerte cerebral para defender una condición extendida y unitaria de la presencia del alma en el cuerpo.
Y claro, el asunto deviene todavía más problemático cuando el trasplante es inter-vivos, como el de un riñón. Como vemos, las discusiones bizantinas siguen teniendo vigencia hoy día, aunque se revistan de cuestiones científicas. Y es que la ciencia y la filosofía no son cosas de la matemática pura, y están sometidas a la cambiante interpretación humana.
Así que ¿quién podría negar con rotundidad que Mariló no está autorizada para exponer sus dudas? Quizás sólo los que no crean en la existencia del alma, postura ésta que rompe radicalmente el nudo gordiano de la cuestión, si bien nos deja un cierto sabor amargo el considerar que en los transplantes se está extrayendo el órgano de un ser todavía vivo, aunque ya no plenamente humano, y sin demasiados paliativos ni consideraciones ya que después se le va a dejar morir. Una cuestión parecida es la del aborto, que tanta polémica actual conlleva. El asunto principal es ahora determinar cuando el embrión tiene alma, problema en el que incluso la Iglesia no se ha puesto de acuerdo a lo largo de su historia, aunque en la actualidad, al enfrentarse al hecho del aborto y los experimentos con embriones,  se tiende a afirmar que el alma es insuflada por Dios desde el mismo momento de la fecundación.  Lo dicho, son “discusiones bizantinas” en torno a las cuales el hombre intenta configurar  una moral universal.

domingo, 21 de octubre de 2012

HALLOWEEN

El que por estas fechas ya se vean en los estantes de nuestros grandes almacenes las orondas calabazas del “jálouin”, es un indicio del origen de la difusión de esta fiesta anglosajona por nuestro país (entre otros muchos países): el insaciable afán del comercio por introducir en el mercado otro producto más que consumir. Es el mismo origen que el de fiestas como “el día del Padre”, que alguien podría pensar que es una antigua fiesta religiosa, pero que en realidad data del siglo XX, siendo su introducción en España bastante moderna y atribuida a la extinta Galerías Preciados.


El nombre de Halloween deriva de “All Hallow eve” (víspera de Todos los Santos), y es la fiesta cristiana que se celebraba en las islas británicas conmemorando a todos los santos y mártires de la Iglesia. Como muchas otras fiestas, se superpuso a otra fiesta “pagana” de origen celta. Luego llegó a Estados Unidos, donde se le dio la forma que ha llegado a nosotros gracias a la popularidad de algunas películas de Hollywood y a un enorme despliegue comercial que aprovechó el tirón de las películas. Su símbolo principal es la famosa calabaza hueca que se convierte en terrible máscara al encenderse en la noche de la víspera.
Los celtas creían que la frontera que separa este mundo del otro del Más Allá se debilitaba este día, permitiendo a las almas de los difuntos y otros espíritus malignos pasar a través. Los familiares fallecidos eran homenajeados mientras que a los espíritus malignos se les intentaba ahuyentar por medio de máscaras que representaban también otros espíritus dañinos. Los niños norteamericanos correteaban por las nocturnas calles disfrazados de duendes y pidiendo dulces y golosinas a cambio de no hacer ningún daño o broma pesada. A nosotros ha llegado como una especie de jolgorio y carnaval fúnebre en que la gente se disfraza de difuntos y fantasmas, banalizando o burlándose de la muerte.
Esta misma orientación de la Fiesta de Difuntos la tiene también la peculiar fiesta mexicana del Día de los Muertos, aunque su sentido es más trascendente y data de los tiempos del Virreinato, cuando se produjo un sincretismo religioso entre la fiesta precolombina y la de la religión cristiana. En México se homenajea a los familiares muertos como si se conviviese ese día con ellos, regalándoles con banquetes, música y fiestas. La calavera es el símbolo principal de esta fiesta, que representa a la muerte y tiene raíces precolombinas profundas. Pero las calaveras son de azúcar y las gentes se comen su propia calavera (su propia muerte) y otros dulces en forma de huesos, disfrazándose también de esa manera. La fiesta mexicana tiene pues dos vertientes: la de banquete a los familiares fallecidos y la que se burla de la muerte como exorcización de la angustia existencial. El mexicano convive con la muerte y se familiariza con ella en estos días.


jueves, 11 de octubre de 2012

FRASES QUE ODIO

Desde siempre, han existido en las diferentes lenguas las frases hechas, latiguillos o muletillas que facilitan la expresión. Podían incluirse en esta categoría los refranes, aunque éstos tienen mayor enjundia y se prestan a un uso más restringido. Sin embargo, de los latiguillos y frases hechas se abusa con mucha frecuencia. De los primeros no hablaremos porque generalmente no significan nada concreto; son palabras o frases muy cortas que sirven para rellenar un vacío en el discurso y dar tiempo para pensar la frase siguiente. Los anglosajones a veces emplean incluso simples sonidos entre frase y frase para dar continuidad al discurso, como humm, hee, etc. Respecto a las frases hechas, hay innumerables en nuestra lengua, que siguen vigentes desde antiguo. Pero las que pondremos ahora en la picota son las frases hechas de reciente creación, y cuyo pase al acervo del castellano es muy dudoso. 
 
“De alguna manera”: se usa cuando no se conoce cómo se ha de realizar una cosa o suceder un hecho. “De alguna manera España saldrá de la crisis”. Intenta reforzar una afirmación aludiendo a una posible causa que no se conoce, y que probablemente no es más que un deseo o intuición. No debería emplearse ya que denota ignorancia e intenta aportar confianza gratuitamente. Se abusa tanto de ella que es más bien un latiguillo. Uso frecuente entre los políticos. 

“Poner en valor”: se dice cuando se pretende dar valor a algo que está medio oculto, olvidado, no acabado o deficientemente expuesto. Equivale a exponer adecuadamente y poner de manifiesto su valor. Aunque "poner en" se aplica generalmente a cololocar algo o alguien en un sitio o una situación, podría admitirse la frase por su semejanza estructural con “poner en duda” o “poner en peligro”, pero sería más correcto decir “dar valor”  o "revalorizar". Y que yo recuerde no se aplica a cualidades de los objetos, como su tamaño, estética o valor. La frase me suena rebuscada y poco natural, aunque quizás es la única que podría perdurar. Se emplea mucho en el campo de la arqueología, arquitectura, antigüedades, etc. 

“La verdad es que…”: Se emplea cuando a uno le preguntan su opinión sobre algo. Es una frase idiota, pues no vas a dar una opinión diciendo que es mentira. No llega a querer expresar “sinceramente” y se acerca más a un modesto “creo” que significa “estoy seguro”. Se usa hasta la saciedad en el mundo del deporte.

“Es buena gente”: Se dice de una persona cabal, de una buena persona. Pero emplear el plural gente para referirse a una persona en singular es incorrecto y suena a rayos.


"Es un tío legal": Como sabemos no se refiere al que cumple con la legislación oficial, sino con un código de conducta de barrio o grupo. Habitual en grupos marginales.

“Coger un pedo”: se refiere a emborracharse, o drogarse en general, y es difícil adivinar la relación entre ambos sucesos. Pero lo que es evidente es que la frase “suena” francamente mal. 

“Petar”: se dice actualmente por asombrar, despertar la atención, tener éxito. Sin embargo la palabra es ambigua y viene del catalán, significando peer, tirarse un pedo, aunque familiarmente se usa en esa lengua como agradar, sin que se nos ocurra la relación entre ambos verbos, a no ser esa cierta complacencia en lo escatológico de los catalanes. En Galicia y León se usa como golpear el suelo, llamar a la puerta. Es de reciente y escaso uso, y probablemente se popularizó un poco debido a un programa de la tele copresentado por un catalán.  

“Blanco y en botella”: se usa por “evidente”, “de cajón”, “sin vuelta de hoja”, etc. Me parece forzada y artificiosa, sobre todo existiendo innumerables frases equivalentes en el acervo castellano.

“¡Ya te digo!": equivale a ¡qué te voy a contar!, expresando total conformidad y vivencia en las propias carnes de lo relatado. No me gusta la construcción debido a ese “ya” inapropiado, aunque la frase tiene cierta gracia por lo corta y castiza. 

“Para nada…”: se usa para decir “no” con más énfasis, significando “en ningún caso”. Es propia de gente pija y famosillos. 
 

domingo, 7 de octubre de 2012

EL ECCE HOMO DE BORJA

El pueblo de Borja (Zaragoza) ha saltado a la popularidad debido a la chapuza perpetrada por una anciana octogenaria de la localidad aficionada a la pintura, que intentó restaurar, con la connivencia o indolencia de las instituciones locales, un mural muy digno realizado a principios del siglo XX en el Santuario de la Misericordia. El resultado ha sido tan grotesco que enseguida se ha convertido en motivo de jolgorio y ludibrio para toda esa masa de buscadores ociosos de diversión que habita en las redes sociales. No es de extrañar, pues basta contemplar los millones de visitas a ciertos videos de youtube sobre niños haciendo payasadas o “frikis” que parodian a determinadas cantantes de moda. El Ecce Homo de Borja ha alcanzado incluso dimensión internacional y se han multiplicado por todas partes las réplicas del esperpento representando a diversos “personajes” de actualidad. Hay en todo ello un regodeo en lo contracultural y en lo antirreligioso, muy característico del fenómeno banal y postmoderno que sufrimos en esta época. Y uno sospecha que hasta hay un cierto cachondeo internacional por la incompetencia y atraso de las instituciones locales españolas.
 
Pero lo más curioso es que, debido al suceso, ha aumentado notablemente el turismo en el pueblo, que acude ansioso a contemplar en vivo el desmán. Hasta tal punto, que los vecinos se plantean conservar la chapuza como una saneada fuente de ingresos, y han empezado a cobrar las visitas al Santuario. Y hasta la “autora", que entró inicialmente en depresión debido a la repercusión del escándalo, está cambiando el chip y se propone reclamar derechos de autor por su “obra”.

Uno, ante tal fenómeno, no puede por menos de reflexionar sobre la ética y la estética. La estética significa la armonía de los elementos de una composición que despierta sentimientos excelsos, esos que se exaltan ante la belleza. La ética podría pensarse como la estética interior de la conducta. Ambas están pues íntimamente relacionadas, y el suceso del pueblo de Borja es una prueba fehaciente de ello.

LIBERTAD DE EXPRESIÓN O LIBERTAD DE OFENSA

El asunto de las caricaturas de Mahoma, que tiene ya una larga historia que involucra a Dinamarca, Noruega, Alemania, Francia y recientemente a España, es consecuencia de la orientación mercantil de Occidente, que antepone el negocio, en este caso editorial, a consideraciones morales hacia los demás, y todo ello en nombre de la cacareada libertad de expresión. No debemos extrañarnos, ya que el principal valor de nuestras sociedades occidentales es lo económico, y a él se supeditan todos los demás. En el mundo de comunicación global en que vivimos, cualquier suceso o publicación se trasmite de inmediato a todas partes, por lo que los autores o responsables del mismo no pueden ignorar este hecho y ampararse en la legislación del país emisor. Lo que en un país puede resultar satírico y festivo, en otro resulta ofensivo, sobre todo si se refiere a valores y contenidos religiosos. Y no vale acogerse a la supuesta superioridad cultural del país emisor y la consideración de que la ofensa es ridícula (desde su punto de vista). Con esa regla de tres, podríamos burlarnos de los niños y ancianos por el simple hecho de estar más atrasados culturalmente que nosotros. Y no lo hacemos en consideración a lo que se llama piedad o amor al prójimo. La actitud ética es enseñarles y hacerles evolucionar. Pero es que además no se trata, en el caso de las caricaturas, de simple humor, sino de su utilización como arma ofensiva contra los musulmanes, en el contexto de los problemas de convivencia entre culturas en determinados países. Se trata, en efecto, de una agresión moral indirecta, ya que el sentimiento xenófobo de una población se ve gratificado por las publicaciones en cuestión, que encuentran en él un buen argumento de venta.
 
La libertad de expresión en Occidente está concebida como un medio para la difusión y contraste de las ideas, creándose así un medio democrático y equitativo de información en el que la sociedad pueda formar opinión libremente. Pero la libertad de expresión, como todas las libertades, no es absoluta. Termina donde empiezan los derechos y el respeto a los demás. De no ser así, estaríamos fomentando la ofensa, el odio y la conflictividad social, innecesarias y perjudiciales para todos. Y en el caso de las caricaturas de Mahoma, se está convirtiendo la libertad de expresión en libertad de ofensa. Cierto que en Occidente se puede satirizar impunemente a la religión o al Papa, incluso a Jesucristo, y aunque eso duela profundamente a un sector de la sociedad, la legislación es laxa al respecto, ya que la sátira y la burla humorística tiene una tradición cultural antigua que la hace más tolerable. En otras culturas, esto no es así, y existen leyes estrictas, con penas muy graves para los infractores. El querer ampararse y trasponer nuestro sistema legislativo a esos otros países es injusto, y rompe todas las reglas de la convivencia internacional y el respeto entre naciones. Pero insisto en que el fenómeno se sitúa en un conflicto de convivencia local, que debido a la difusión global de la información en tiempo real, sobrepasa las fronteras y se convierte en conflicto general de culturas; y no sólo intercultural, sino político, ya que nadie se dedica a ridiculizar a los aborígenes del Amazonas por muy atrasados que estén y por muy equivocados que sean sus mitos y tabúes. Aquí se trata de otra cosa, porque los indios del Amazona no emigran a Europa en grandes proporciones y los árabes sí. En los países del norte de Europa la población musulmana está creciendo deprisa, más del doble que la europea. Extrapolando, dentro de algunos decenios constituirán una fuerza social importante con influencia política. Y como culturalmente (y religiosamente sobre todo) no se integran en la sociedad que les acoge, intentarán inclinar hacia su cultura las leyes que les molesten. Lo peor de este asunto de las burlas religiosas, como he dicho, no es que se limite a la población musulmana europea, lo que sería normal y en todo caso sancionable por las leyes europeas, a las que deben someterse los inmigrantes, sino que el conflicto trasciende a todo el mundo musulmán, y es ahí donde se recrudece el asunto y cobra dimensión de “choque de civilizaciones”.
 
Mientras no establezcamos en nuestras leyes un "deber de respeto" adjunto al derecho a la "libertad de expresión", habrá conflictos graves interculturales. La propuesta nunca tomada en serio de una “Alianza de Civilizaciones” debería empezar por esta ley de respeto mutuo entre culturas, y seguir con el desarrollo de una legislación común para la convivencia en un mismo territorio. 

martes, 4 de septiembre de 2012

LA MANOREJITIS

La “manorejitis”, esta terrible enfermedad de nuestros días, se ha extendido por todas partes alcanzando el grado de pandemia, y amenazando con quedarse durante muchos años. Sus  síntomas son claros: la mano se apoya en la oreja, cubriéndola, mientras el enfermo balbucea abstraído; en ocasiones da gritos, completamente ajeno al lugar donde está y a las personas que le rodean, y otras veces parece que escuchase voces interiores, ya que la mirada se le desenfoca y no ve lo que tiene delante. Los ataques de manorejitis se apoderan del enfermo en cualquier lugar y circunstancia, y es frecuente ver a los afectados andando por la calle, en el metro o en el restaurante; incluso se producen los inoportunos episodios cuando están en el baño o en el lecho conyugal, y son tan apremiantes que imposibilitan para continuar con lo que estaban haciendo, enajenándoles en el normal discurrir de su actividad vital y desconectándoles de sus coordenadas espacio-temporales.

      Recientes estudios neurobiológicos informan de una evolución de la enfermedad hacia la idiocia cuando los ataques se vuelven ya demasiado frecuentes y con episodios de larga duración. Dada la historia tan reciente de la enfermedad, no se ha desarrollado todavía una vacuna adecuada, ni parecen eficaces las medicinas que se han comercializado hasta la fecha. Los únicos resultados esperanzadores se consiguen con técnicas de psicoterapia, trabajo productivo y cultivo de las artes plásticas. Al ir acompañada la enfermedad de una sintomatología de ansiedad ante el silencio, es muy útil una terapia de audición continua de música clásica con auriculares, que además de bloquear los inputs sonoros que desencadenan los ataques, produce un estado de relajación y armonía emocional en el paciente.