domingo, 7 de octubre de 2012

EL ECCE HOMO DE BORJA

El pueblo de Borja (Zaragoza) ha saltado a la popularidad debido a la chapuza perpetrada por una anciana octogenaria de la localidad aficionada a la pintura, que intentó restaurar, con la connivencia o indolencia de las instituciones locales, un mural muy digno realizado a principios del siglo XX en el Santuario de la Misericordia. El resultado ha sido tan grotesco que enseguida se ha convertido en motivo de jolgorio y ludibrio para toda esa masa de buscadores ociosos de diversión que habita en las redes sociales. No es de extrañar, pues basta contemplar los millones de visitas a ciertos videos de youtube sobre niños haciendo payasadas o “frikis” que parodian a determinadas cantantes de moda. El Ecce Homo de Borja ha alcanzado incluso dimensión internacional y se han multiplicado por todas partes las réplicas del esperpento representando a diversos “personajes” de actualidad. Hay en todo ello un regodeo en lo contracultural y en lo antirreligioso, muy característico del fenómeno banal y postmoderno que sufrimos en esta época. Y uno sospecha que hasta hay un cierto cachondeo internacional por la incompetencia y atraso de las instituciones locales españolas.
 
Pero lo más curioso es que, debido al suceso, ha aumentado notablemente el turismo en el pueblo, que acude ansioso a contemplar en vivo el desmán. Hasta tal punto, que los vecinos se plantean conservar la chapuza como una saneada fuente de ingresos, y han empezado a cobrar las visitas al Santuario. Y hasta la “autora", que entró inicialmente en depresión debido a la repercusión del escándalo, está cambiando el chip y se propone reclamar derechos de autor por su “obra”.

Uno, ante tal fenómeno, no puede por menos de reflexionar sobre la ética y la estética. La estética significa la armonía de los elementos de una composición que despierta sentimientos excelsos, esos que se exaltan ante la belleza. La ética podría pensarse como la estética interior de la conducta. Ambas están pues íntimamente relacionadas, y el suceso del pueblo de Borja es una prueba fehaciente de ello.

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