El
asunto de las caricaturas de Mahoma, que tiene ya una larga historia que
involucra a Dinamarca, Noruega, Alemania, Francia y recientemente a España, es
consecuencia de la orientación mercantil de Occidente, que antepone el
negocio, en este caso editorial, a consideraciones morales hacia los demás, y
todo ello en nombre de la cacareada libertad de expresión. No debemos
extrañarnos, ya que el principal valor de nuestras sociedades occidentales es
lo económico, y a él se supeditan todos los demás. En el mundo de comunicación
global en que vivimos, cualquier suceso o publicación se trasmite de inmediato
a todas partes, por lo que los autores o responsables del mismo no pueden
ignorar este hecho y ampararse en la legislación del país emisor. Lo que en un
país puede resultar satírico y festivo, en otro resulta ofensivo, sobre todo si
se refiere a valores y contenidos religiosos. Y no vale acogerse a la
supuesta superioridad cultural del país emisor y la consideración de que la ofensa es
ridícula (desde su punto de vista). Con esa regla de tres, podríamos burlarnos
de los niños y ancianos por el simple hecho de estar más atrasados
culturalmente que nosotros. Y no lo hacemos en consideración a lo que se llama
piedad o amor al prójimo. La actitud ética es enseñarles y hacerles
evolucionar. Pero es que además no se trata, en el caso de las caricaturas, de
simple humor, sino de su utilización como arma ofensiva contra los musulmanes,
en el contexto de los problemas de convivencia entre culturas en determinados
países. Se trata, en efecto, de una agresión moral indirecta, ya que el
sentimiento xenófobo de una población se ve gratificado por las publicaciones
en cuestión, que encuentran en él un buen argumento de venta.
La
libertad de expresión en Occidente está concebida como un medio para la
difusión y contraste de las ideas, creándose así un medio democrático y
equitativo de información en el que la sociedad pueda formar opinión libremente. Pero la
libertad de expresión, como todas las libertades, no es absoluta. Termina donde
empiezan los derechos y el respeto a los demás. De no ser así, estaríamos
fomentando la ofensa, el odio y la conflictividad social, innecesarias y
perjudiciales para todos. Y en el caso de las caricaturas de Mahoma, se está
convirtiendo la libertad de expresión en libertad de ofensa. Cierto que en
Occidente se puede satirizar impunemente a la religión o al Papa, incluso a
Jesucristo, y aunque eso duela profundamente a un sector de la sociedad, la
legislación es laxa al respecto, ya que la sátira y la burla humorística tiene
una tradición cultural antigua que la hace más tolerable. En otras culturas,
esto no es así, y existen leyes estrictas, con penas muy graves para los
infractores. El querer ampararse y trasponer nuestro sistema legislativo a esos
otros países es injusto, y rompe todas las reglas de la convivencia
internacional y el respeto entre naciones. Pero insisto en que el fenómeno se sitúa en un conflicto de
convivencia local, que debido a la difusión global de la información en tiempo
real, sobrepasa las fronteras y se convierte en conflicto general de culturas; y
no sólo intercultural, sino político, ya que nadie se dedica a ridiculizar a los
aborígenes del Amazonas por muy atrasados que estén y por muy equivocados que
sean sus mitos y tabúes. Aquí se trata de otra cosa, porque los indios del
Amazona no emigran a Europa en grandes proporciones y los árabes sí. En los
países del norte de Europa la población musulmana está creciendo deprisa, más
del doble que la europea. Extrapolando, dentro de algunos decenios constituirán
una fuerza social importante con influencia política. Y como culturalmente (y
religiosamente sobre todo) no se integran en la sociedad que les acoge,
intentarán inclinar hacia su cultura las leyes que les molesten. Lo peor de
este asunto de las burlas religiosas, como he dicho, no es que se limite a la población
musulmana europea, lo que sería normal y en todo caso sancionable por las leyes
europeas, a las que deben someterse los inmigrantes, sino que el conflicto
trasciende a todo el mundo musulmán, y es ahí donde se recrudece el asunto y
cobra dimensión de “choque de civilizaciones”.
Mientras
no establezcamos en nuestras leyes un "deber de respeto" adjunto al
derecho a la "libertad de expresión", habrá conflictos graves
interculturales. La propuesta nunca tomada en serio de una “Alianza de
Civilizaciones” debería empezar por esta ley de respeto mutuo entre culturas, y
seguir con el desarrollo de una legislación común para la convivencia en un mismo
territorio.
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