domingo, 7 de octubre de 2012

LIBERTAD DE EXPRESIÓN O LIBERTAD DE OFENSA

El asunto de las caricaturas de Mahoma, que tiene ya una larga historia que involucra a Dinamarca, Noruega, Alemania, Francia y recientemente a España, es consecuencia de la orientación mercantil de Occidente, que antepone el negocio, en este caso editorial, a consideraciones morales hacia los demás, y todo ello en nombre de la cacareada libertad de expresión. No debemos extrañarnos, ya que el principal valor de nuestras sociedades occidentales es lo económico, y a él se supeditan todos los demás. En el mundo de comunicación global en que vivimos, cualquier suceso o publicación se trasmite de inmediato a todas partes, por lo que los autores o responsables del mismo no pueden ignorar este hecho y ampararse en la legislación del país emisor. Lo que en un país puede resultar satírico y festivo, en otro resulta ofensivo, sobre todo si se refiere a valores y contenidos religiosos. Y no vale acogerse a la supuesta superioridad cultural del país emisor y la consideración de que la ofensa es ridícula (desde su punto de vista). Con esa regla de tres, podríamos burlarnos de los niños y ancianos por el simple hecho de estar más atrasados culturalmente que nosotros. Y no lo hacemos en consideración a lo que se llama piedad o amor al prójimo. La actitud ética es enseñarles y hacerles evolucionar. Pero es que además no se trata, en el caso de las caricaturas, de simple humor, sino de su utilización como arma ofensiva contra los musulmanes, en el contexto de los problemas de convivencia entre culturas en determinados países. Se trata, en efecto, de una agresión moral indirecta, ya que el sentimiento xenófobo de una población se ve gratificado por las publicaciones en cuestión, que encuentran en él un buen argumento de venta.
 
La libertad de expresión en Occidente está concebida como un medio para la difusión y contraste de las ideas, creándose así un medio democrático y equitativo de información en el que la sociedad pueda formar opinión libremente. Pero la libertad de expresión, como todas las libertades, no es absoluta. Termina donde empiezan los derechos y el respeto a los demás. De no ser así, estaríamos fomentando la ofensa, el odio y la conflictividad social, innecesarias y perjudiciales para todos. Y en el caso de las caricaturas de Mahoma, se está convirtiendo la libertad de expresión en libertad de ofensa. Cierto que en Occidente se puede satirizar impunemente a la religión o al Papa, incluso a Jesucristo, y aunque eso duela profundamente a un sector de la sociedad, la legislación es laxa al respecto, ya que la sátira y la burla humorística tiene una tradición cultural antigua que la hace más tolerable. En otras culturas, esto no es así, y existen leyes estrictas, con penas muy graves para los infractores. El querer ampararse y trasponer nuestro sistema legislativo a esos otros países es injusto, y rompe todas las reglas de la convivencia internacional y el respeto entre naciones. Pero insisto en que el fenómeno se sitúa en un conflicto de convivencia local, que debido a la difusión global de la información en tiempo real, sobrepasa las fronteras y se convierte en conflicto general de culturas; y no sólo intercultural, sino político, ya que nadie se dedica a ridiculizar a los aborígenes del Amazonas por muy atrasados que estén y por muy equivocados que sean sus mitos y tabúes. Aquí se trata de otra cosa, porque los indios del Amazona no emigran a Europa en grandes proporciones y los árabes sí. En los países del norte de Europa la población musulmana está creciendo deprisa, más del doble que la europea. Extrapolando, dentro de algunos decenios constituirán una fuerza social importante con influencia política. Y como culturalmente (y religiosamente sobre todo) no se integran en la sociedad que les acoge, intentarán inclinar hacia su cultura las leyes que les molesten. Lo peor de este asunto de las burlas religiosas, como he dicho, no es que se limite a la población musulmana europea, lo que sería normal y en todo caso sancionable por las leyes europeas, a las que deben someterse los inmigrantes, sino que el conflicto trasciende a todo el mundo musulmán, y es ahí donde se recrudece el asunto y cobra dimensión de “choque de civilizaciones”.
 
Mientras no establezcamos en nuestras leyes un "deber de respeto" adjunto al derecho a la "libertad de expresión", habrá conflictos graves interculturales. La propuesta nunca tomada en serio de una “Alianza de Civilizaciones” debería empezar por esta ley de respeto mutuo entre culturas, y seguir con el desarrollo de una legislación común para la convivencia en un mismo territorio. 

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