La “manorejitis”, esta terrible enfermedad de nuestros días,
se ha extendido por todas partes alcanzando el grado de pandemia, y amenazando
con quedarse durante muchos años. Sus
síntomas son claros: la mano se apoya en la oreja, cubriéndola, mientras
el enfermo balbucea abstraído; en ocasiones da gritos, completamente ajeno al
lugar donde está y a las personas que le rodean, y otras veces parece que
escuchase voces interiores, ya que la mirada se le desenfoca y no ve lo que
tiene delante. Los ataques de manorejitis se apoderan del enfermo en cualquier
lugar y circunstancia, y es frecuente ver a los afectados andando por la calle,
en el metro o en el restaurante; incluso se producen los inoportunos episodios
cuando están en el baño o en el lecho conyugal, y son tan apremiantes que
imposibilitan para continuar con lo que estaban haciendo, enajenándoles en el
normal discurrir de su actividad vital y desconectándoles de sus coordenadas
espacio-temporales.
Recientes estudios neurobiológicos informan de una evolución de la enfermedad hacia la idiocia cuando los ataques se vuelven ya demasiado frecuentes y con episodios de
larga duración. Dada la historia tan reciente de la enfermedad, no se ha
desarrollado todavía una vacuna adecuada, ni parecen eficaces las medicinas que
se han comercializado hasta la fecha. Los únicos resultados esperanzadores se
consiguen con técnicas de psicoterapia, trabajo productivo y cultivo de las
artes plásticas. Al ir acompañada la enfermedad de una sintomatología de ansiedad
ante el silencio, es muy útil una terapia de audición continua de música
clásica con auriculares, que además de bloquear los inputs sonoros que desencadenan los
ataques, produce un estado de relajación y armonía emocional en el paciente.
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