Lo llaman así impropiamente, aunque no estaría mal
realizárselo literalmente a algunas personas fanáticas, cargadas de odio,
instintos destructivos y desequilibrios peligrosos. Pero en realidad se trata
del trasplante del cuerpo entero, suponiendo, como así debe ser, que la
personalidad, la mente y la conciencia radican completamente en el cerebro.
Claro que podría realizarse también un trasplante de cerebro, ubicando el del
paciente en el cráneo de un recién fallecido que estaba sano. Pero resultaría
muy raro mirarse al espejo después y no reconocerse la cara. Pase que no
reconozcamos nuestras manos y pies o nuestra barriga, pero la cara ya es
demasiado. Además, así a simple vista, parece más fácil cambiar una cabeza entera
que no abrirla y cambiarle los sesos.
Trasplantar el cuerpo entero es el final de la serie de
trasplantes cada vez más amplios a que puede someterse un paciente: trasplante
de brazos, piernas, órganos internos, etc. Estableciendo comparaciones (odiosas
siempre) con la reparación de un coche, ¿para qué andar cambiando, cuando el
pobre está ya muy deteriorado, las ruedas, los frenos, los faros, los cables,
los asientos, un alerón, etc., etc., cuando lo más cómodo es sacar el
motor y ponérselo a una mecánica nueva?
Y qué maravilla, en el caso de un humano, si su centro
neurálgico está en buen estado, poder
acoplárselo a un cuerpo joven, en plenitud
muscular y reproductiva… Ah, el sueño de la eterna juventud. Claro que si las
neuronas empiezan a fallar, sería patético saberse poseedor de tan pujante
organismo y empezar a tener lagunas de memoria, fallos de coordinación de
movimientos o de control de los esfínteres. Habría que armonizar el estado de
las dos partes, cabeza y cuerpo, con lo que la juventud no resultaría tan
eterna, aunque sí más prolongada.
Pues el asunto es que un neurocirujano italiano de Turín
asegura que dentro de dos años podrán llevarse a cabo estas operaciones de
trasplante. Ya se han realizado hace años en monos o perros, con relativo éxito,
y parece ser que la técnica quirúrgica estaría perfeccionada y a punto en esa
fecha. Habría que unir vasos sanguíneos de ambos individuos, tendones y
músculos, asunto ya suficientemente complejo, pero lo que uno, en su ignorancia
neurobiológica no acaba de asimilar es cómo se unirían las dos médulas
espinales, esos haces de innumerables fibras nerviosas que relacionan todos nuestros
órganos y terminaciones sensibles del cuerpo con los centros de proceso
cerebral. Uno imagina que será imposible unir cada fibra con la correspondiente
en las dos partes a ensamblar. Pero no debe ser así, ya que según dicen, se
usará una especie de pegamento biológico que soldará las dos secciones de
médula de cada sujeto. Esperemos que sean igual de gruesas y no quede una parte
al aire, o que no se suelden un poco giradas entre sí. Tendría gracia que un
callo en el dedo meñique del pie nos doliera en el dedo gordo, por no pensar
cosas más extravagantes. No, no debe ser así la cosa, probablemente es menos
complejo el asunto. Ellos sabrán.
Pero todo esto nos llena de perplejidad por la
facilidad con que se puede intervenir en la naturaleza y modificar las
estructuras biológicas configuradas a lo largo de cientos de millones de años en
un proceso evolutivo muy complejo, por no decir casi sagrado desde algunos puntos de vista creacionistas
o religiosos. ¿Hemos llegado a ser
dioses? ¿Podemos cambiar la naturaleza tan impunemente? No sé, no sé, supongo
que habrá que sacrificar a algunos seres humanos antes de que la dichosa
operación pueda ser segura.
Se me viene a la memoria, con perdón por la ironía trágica, que
los yihadistas de Siria y Libia van a encontrar una nueva fuente de financiación
para sus maldades en este avance científico. Podrán vender a la ciencia tantos
cuerpos decapitados que ahora se desperdician. No hay mal que por bien no
venga.
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