viernes, 6 de marzo de 2015

LA DESTRUCCIÓN DE LA CULTURA

Ayer se ha producido la destrucción de los restos arquitectónicos de la ciudad asiria de Nimrud, a orillas del Tigris. El Estado Islámico ha empleado maquinaria pesada de obras para devastar el emplazamiento, arrasando muros y estatuas. Hace pocos días, el museo de Mosul, también en Irak, fue  escenario de la destrucción de piezas escultóricas de gran tamaño, si bien la impermeabilidad informativa de la zona impide conocer con exactitud si se trata de piezas originales o copias, siendo la única fuente disponible un video grabado por el EI y difundido dentro de su campaña terrorista mediática.  También parece que se han destruido parcialmente los gigantescos toros alados de una de las puertas de la ciudad asiria de Nínive, en las afueras de Mosul. y se han quemado gran cantidad de manuscritos de su biblioteca. Ya en 2001 asistimos en Afganistán a la demolición con explosivos de los Budas de Bamiyán por parte de los talibanes.

En todas las zonas en conflicto se han producido saqueos de los bienes culturales, si bien se tratan de objetos de pequeño tamaño, de fácil venta en el mercado negro internacional. En ambos casos, obras escultóricas o piezas arqueológicas, se evidencia un desprecio de los extremistas islámicos por las culturas anteriores al Islam. Este fenómeno no es, sin embargo, nuevo en la historia, sino algo recurrente a lo largo de los siglos. Con frecuencia, una civilización conquistadora destruye las obras arquitectónicas y escultóricas de otra civilización conquistada por considerarlas un símbolo de poder que hay que eliminar. En el mejor de los casos, si se trata de arquitecturas notables, se reutilizan transformándolas, como la Basílica bizantina de Santa Sofía, trasformada en mezquita por los turcos al añadirle elementos decorativos y constructivos islámicos, como los cuatro minaretes. Más cerca en el tiempo, aquí en España nos atrevimos a construir una catedral renacentista dentro de la sin par Mezquita de Córdoba, que a su vez se había levantado sobre una basílica visigótica cristiana, que a su vez se había levantado sobre un templo romano pagano. Así es la marcha de la historia y las devastaciones que origina el poder. Claro que no hay que olvidar que el concepto de bienes culturales que hoy está instalado en la sociedad no existía de manera clara antiguamente, y el arte se interpretaba como símbolo y manifestación del poder.

Pero cuando las culturas son muy distantes en el tiempo, como es el caso del Irak musulmán y las culturas asiria y babilónica que le precedieron hace miles de años, no se trata ya de destruir símbolos de poder extinguidos que ya no amenazan a nadie, sino de un ataque directo al poder occidental actual y su cultura, que valora el arte antiguo y lo considera patrimonio de toda la Humanidad. Y les ayuda en su labor destructiva esa obsesión fundamentalista de que fuera del Islam todo es falso y no merece la pena que haya existido. El significado religioso prevalece abrumadoramente sobre otros valores como el arte o la piedad hacia los demás. Al igual que las ejecuciones, todos estos actos de barbarie son una provocación que pretende extender el terror y detener la injerencia de EEUU y Europa en los países islámicos, motivada por intereses económicos y acrecentada desde la guerra de Afganistán.  El Islam se siente amenazado por las “naciones de la Cruz”, como dicen ellos, y no les falta razón, porque aunque el amenazado directamente sea el petróleo que descansa bajo su suelo, la colonización occidental se infiltra sigilosamente modificando costumbres y creencias. Ya nos hemos olvidado de las distintas “primaveras árabes” que reclamaban democracia y sociedad del bienestar. ¿No fueron entonces para el fundamentalismo el principio de un movimiento de asimilación de la cultura occidental que amenazaba con socavar sus principios islámicos?

Parece que no debería tener sentido para los fundamentalistas la destrucción de bienes culturales, porque podían rentabilizar sus museos y monumentos atrayendo el turismo y obteniendo sustanciosos ingresos para el país. Pero el radicalismo islámico no es el país aunque quiera apoderarse de él, y el turismo parece ser para ellos una fuente de contagio de la cultura no islámica. Uno tiene la impresión de que ven el desarrollo económico como el mal propio de Occidente. Después de todo, también Jesucristo señalaba que el dinero era un estorbo para el espíritu y alentaba a sus discípulos a vivir en pobreza, pero nunca predicó la violencia sino el amor. Las dos religiones son hermanas, aunque mal avenidas por sus diferencias, como pasa en muchas familias.

Pero volviendo a la arqueología, cuántas veces hemos criticado que los museos de Londres, Berlín o Paris estén bien surtidos de antigüedades orientales procedentes del saqueo de otras épocas, aprovechando la incultura de los países de origen. Hoy la incultura  y el terror reina de nuevo de ellos, y la verdad, damos gracias muy a pesar nuestro de aquellos pillajes que al menos han salvado de la destrucción tantas obras de arte.

 

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