Me temo que este artículo no va a ser agradable de leer debido a su manera
explícita, por otra parte obligada, de reflexionar sobre las decapitaciones en
masa llevadas a cabo en Siria o Libia por el Estado Islámico, difundidas en
videos también terriblemente explícitos.
Una fila de prisioneros condenados por pertenecer al
ejército sirio o por ser cristianos coptos (egipcios), son conducidos
mansamente al lugar de ejecución. Si no se viera posteriormente, con todo
detalle, su degollamiento, se pensaría que el desfile forma parte de un montaje
cinematográfico donde se representa una ejecución. Luego se arrodillan sin
ningún tipo de resistencia ni duda, como si la escena se hubiese ensayado a
conciencia. Y finalmente, los ejecutores les pasan un cuchillo por la garganta
y les van degollando mientras la sangre fluye de sus arterias seccionadas. Y
todo ello sin una muestra de resistencia por los prisioneros, como si hubiesen
aceptado previamente la muerte y se entregaran a ella de la manera menos dolorosa. Esto es lo
que sorprende y aterroriza más que la propia ejecución, ese dejarse matar sin
rebeldía, como debió hacer Isaac cuando su padre, Abraham, iba a degollarlo por
mandato de Dios, en prueba de fidelidad. Sin embargo, cuenta la historia
bíblica que Dios detuvo el brazo de Abraham y aceptó el sacrificio de un
cordero en lugar de Isaac. Ese es el origen de la fiesta del sacrificio, que
celebran los musulmanes entre octubre y noviembre.
Uno estaría tentado, en un esfuerzo de comprensión de las
bárbaras conductas humanas, a pensar que las degollaciones del Estado Islámico son
vistas allí de una manera menos terrorífica que en Occidente, desde la perspectiva
de la tradición de degollar al cordero, llevada a cabo por los varones de cada
familia. No olvidemos una costumbre semejante en nuestro país hasta hace
algunas décadas, la matanza del cerdo, igualmente sangrienta y sin
connotaciones sagradas como el sacrificio del cordero. En el Corán se dicta la
manera exigida del sacrificio, que debe hacerse con un cuchillo
limpio y muy afilado para que el animal no sufra, con un corte limpio y
profundo en el pescuezo para que el sangrado sea rápido. En ningún caso el
cuchillo debe seccionar la médula espinal. En unos segundos, el animal pierde
la conciencia y se desliza hacia una muerte sin dolor. Recuerda la manera de
suicidarse de Séneca y otros muchos, cortándose limpiamente las venas de las
muñecas y entrando en una extinción suave y hasta dulce, dicen algunos que
quizás desistieron en medio del trance.
Pero las ejecuciones del Estado Islámico no buscan una
muerte sin sufrimiento ya que no se limitan a desangrar al reo por
degollamiento, sino que se les decapita, se les separa la cabeza del cuerpo,
castigo no contemplado explícitamente en el Corán pero que se ha empleado en
muchas ocasiones a lo largo de la historia del Islam. Tampoco se limpia
inmediatamente la sangre derramada, como se hace en el sacrificio del cordero,
sino que se exhibe tiñendo el mar de Libia, como amenaza a los países del otro
lado del Mediterráneo. Las decapitaciones del EI son una evidente muestra de
crueldad y odio, de humillación de la condición humana al ser rebajada a la condición animal. Y sin embargo, los reos parecen aceptar la muerte con sumisión,
quizás bajo el influjo de alguna droga específica. Aunque es probable que se
trate de un montaje de diferentes planos tomados en momentos, o incluso días,
distintos, no acusando los primeros la tragedia venidera. Así las ejecuciones
parecerían rituales, fríamente realizadas, casi sacralizadas.
El objetivo de los videos es sembrar el terror en Occidente
con esas orgías de cuchillos y sangre, y eso es terrorismo puro y duro, por muy
ritualizado y con música islámica de fondo que se muestre. El Estado Islámico
ha emprendido un camino absurdo y enajenado que pretende llevarles de nuevo a
la Edad Media, a la Yihad o guerra santa, con el propósito de reconquistar el
mundo para Alá y establecer en él la sharia, la ley islámica estricta. Y no
distingue entre sus enemigos a cristianos ni musulmanes, cuando éstos últimos
no se adhieren a su visión fundamentalista extrema.
La nueva guerra santa es una yihad mediática que alcanza a toda la población mundial, un espectáculo del horror que aspira a doblegar las conciencias. Censurar estos contenidos, en vez de permitir su difusión, sería una manera de evitar el efecto pretendido.
La nueva guerra santa es una yihad mediática que alcanza a toda la población mundial, un espectáculo del horror que aspira a doblegar las conciencias. Censurar estos contenidos, en vez de permitir su difusión, sería una manera de evitar el efecto pretendido.
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