Hace
algunos días, al final del verano, volvieron de los campos en gran cantidad,
todas juntas, sobrevolando la ciudad a gran altura. Planeaban con elegancia
describiendo amplios círculos y finalmente se fueron posando en unos tejados
altos. Conté más de treinta y se las veía muy inquietas, como si tramaran algo.
No se instalaron en sus nidos y la noche las acogió en los tejados. De
madrugada habían desaparecido dejando un enorme vacío en la pequeña ciudad.
Habían emprendido su migración hasta el África subsahariana, después de muchos
meses de plácida vida instaladas en los campanarios de las iglesias, habiendo
entretanto incubado, criado y visto crecer a sus polluelos. Les bastó un breve
ejercicio de vuelo de altura sobre la ciudad para emprender su aventura anual,
atravesando las tierras de España hasta el estrecho de Gibraltar, volando de
día y recorriendo cada jornada varios cientos de kilómetros sin demasiado
esfuerzo. Gracias a las corrientes térmicas ascendentes producidas por el suelo
calentado durante el día, y gracias a sus amplias alas batiendo lentas y majestuosas,
las cigüeñas son empujadas a las alturas, dejándose caer después planeando en
vuelo ligeramente inclinado hasta volver a elevarse otra vez . Pero la ruta es
larga y a veces hay que hacer mucho esfuerzo cuando las térmicas son débiles o
no existen, como sobre el mar, por lo que las cigüeñas jóvenes son las más
propensas a lanzarse a la aventura mientras que las viejas prefieren quedarse
en el sur de la península o incluso en sus nidos de cría durante todo el año.
Son tristes las cigüeñas viejas, solitarias en los nidos, soportando el frío y
la lluvia, esperando que llegue otra vez la primavera.
La llegada
de las cigüeñas es el anuncio de la primavera, de la vida renaciendo. Llegan cuando empiezan a florecer los almendros, haciendo juego con su
blancura. Son aves tranquilas, contemplativas, que viven junto al hombre como
si fueran domésticas. No cantan pero tabletean el pico haciendo un ruido
característico de carraca de variados tonos y cadencias. Son atentas cuidadoras
del nido y la prole, emparejándose frecuentemente de por vida y empollando los
huevos por turno, de la misma manera que atienden a la alimentación de las crías. Son sin
duda parejas ejemplares. Nuestro país alberga más del noventa por ciento de
todas las cigüeñas europeas, y por eso no es apropiado para nosotros el mito
infantil moderno de que los niños vienen de París transportados en el pico por
las cigüeñas, ya que son muy pocas las que nos llegan de allí, y llegan en otoño, de regreso a África. Lo más probable es que el mito tenga
origen en el norte de Europa, al que llegarían en primavera las cigüeñas
procedentes del valle del Sena, revestidas de resonancias románticas de la
Ciudad de la Luz. Francia ostenta además un índice de natalidad superior al
resto de países europeos en la ruta migratoria de las cigüeñas, por lo que la
leyenda está llena de sugerencias. Tampoco hay que ignorar el simbolismo freudiano
fálico de su rojo y largo pico, que recuerda la nariz de Pinocho.
Pero el
mito tiene raíces muy antiguas. Muchos pueblos, como los egipcios, griegos y
romanos, o los pueblos germánicos, han considerado sagradas a las cigüeñas,
protectoras de la pareja, el embarazo y los recién nacidos. Esta tradición que
las relaciona con los niños fue incorporada y desarrollada por Hans Christian
Andersen en un cuento en el que la cigüeña madre explica a sus cigoñinos:
"Sé dónde se halla el estanque en que duermen todos los niños chiquitines,
hasta que las cigüeñas vamos a buscarlos para llevarlos a los padres. Los
lindos pequeñuelos sueñan allí cosas tan bellas como nunca más volverán a
soñarlas... ". En alas del cuento, el mito se extendió por toda Europa y
el mundo.
La utilidad
del mito infantil se centra en la explicación puritana de la maternidad a los
niños, que reclaman alguna explicación de tan insólito hecho. Hoy ya se explica
a los infantes, en la medida de su capacidad cognitiva, la realidad biológica
del asunto. Que el niño esté en la tripa de la mamá lo acaban entendiendo
porque es evidente su tamaño, pero todo eso de la semillita que va creciendo y
acaba convirtiéndose en un bebé les resulta demasiado extraño y truculento, más que el cuento de
Andersen. Es más sencillo y gratificante para el alma el mito que la ciencia.
No hay comentarios :
Publicar un comentario