 Corren tiempos sin Dios. Todo está puesto en duda u olvidado en el rincón de la indolencia. Sin embargo, al menos, se acepta que el símbolo es la realidad. Dios es un símbolo, una idea que alberga toda la potencialidad del espíritu humano. La comunión cristiana, según la doctrina, consiste en recibir a Cristo realmente, en incorporarlo a nuestro ser de la manera más sensible: consumiéndolo. Y si se es fervoroso, o místico, el alma se contagia intensamente, en ese acto, de aquellas cualidades de amor y plenitud propias de la divinidad. Se dice que Dios está entonces realmente dentro de la persona, y pienso que al menos el símbolo, la idea de la divinidad, es lo que habita el interior y consigue despertar el alma. Los sentimientos espirituales se nos han enseñado de niños y adolescentes: ese amor intenso e íntimo, esa admiración y veneración por lo sublime, ese respeto y sumisión a lo poderoso y trascendente. “Dios”, en forma de palabra, está ciertamente dentro del creyente, y sabe elevar su mente y su corazón cuando le invoca.
Corren tiempos sin Dios. Todo está puesto en duda u olvidado en el rincón de la indolencia. Sin embargo, al menos, se acepta que el símbolo es la realidad. Dios es un símbolo, una idea que alberga toda la potencialidad del espíritu humano. La comunión cristiana, según la doctrina, consiste en recibir a Cristo realmente, en incorporarlo a nuestro ser de la manera más sensible: consumiéndolo. Y si se es fervoroso, o místico, el alma se contagia intensamente, en ese acto, de aquellas cualidades de amor y plenitud propias de la divinidad. Se dice que Dios está entonces realmente dentro de la persona, y pienso que al menos el símbolo, la idea de la divinidad, es lo que habita el interior y consigue despertar el alma. Los sentimientos espirituales se nos han enseñado de niños y adolescentes: ese amor intenso e íntimo, esa admiración y veneración por lo sublime, ese respeto y sumisión a lo poderoso y trascendente. “Dios”, en forma de palabra, está ciertamente dentro del creyente, y sabe elevar su mente y su corazón cuando le invoca.miércoles, 24 de abril de 2013
LA REALIDAD ES EL SÍMBOLO
 Corren tiempos sin Dios. Todo está puesto en duda u olvidado en el rincón de la indolencia. Sin embargo, al menos, se acepta que el símbolo es la realidad. Dios es un símbolo, una idea que alberga toda la potencialidad del espíritu humano. La comunión cristiana, según la doctrina, consiste en recibir a Cristo realmente, en incorporarlo a nuestro ser de la manera más sensible: consumiéndolo. Y si se es fervoroso, o místico, el alma se contagia intensamente, en ese acto, de aquellas cualidades de amor y plenitud propias de la divinidad. Se dice que Dios está entonces realmente dentro de la persona, y pienso que al menos el símbolo, la idea de la divinidad, es lo que habita el interior y consigue despertar el alma. Los sentimientos espirituales se nos han enseñado de niños y adolescentes: ese amor intenso e íntimo, esa admiración y veneración por lo sublime, ese respeto y sumisión a lo poderoso y trascendente. “Dios”, en forma de palabra, está ciertamente dentro del creyente, y sabe elevar su mente y su corazón cuando le invoca.
Corren tiempos sin Dios. Todo está puesto en duda u olvidado en el rincón de la indolencia. Sin embargo, al menos, se acepta que el símbolo es la realidad. Dios es un símbolo, una idea que alberga toda la potencialidad del espíritu humano. La comunión cristiana, según la doctrina, consiste en recibir a Cristo realmente, en incorporarlo a nuestro ser de la manera más sensible: consumiéndolo. Y si se es fervoroso, o místico, el alma se contagia intensamente, en ese acto, de aquellas cualidades de amor y plenitud propias de la divinidad. Se dice que Dios está entonces realmente dentro de la persona, y pienso que al menos el símbolo, la idea de la divinidad, es lo que habita el interior y consigue despertar el alma. Los sentimientos espirituales se nos han enseñado de niños y adolescentes: ese amor intenso e íntimo, esa admiración y veneración por lo sublime, ese respeto y sumisión a lo poderoso y trascendente. “Dios”, en forma de palabra, está ciertamente dentro del creyente, y sabe elevar su mente y su corazón cuando le invoca.
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