No “casta” política, término puesto de moda por un partido de
nuevo cuño para referirse a la política tradicional, profesionalizada, sino “caspa”
política es lo que estamos contemplando en estos días en que todos los partidos,
nuevos y viejos, afilan sus estrategias y tienden cepos para eliminar al
adversario. Porque casposo no es sinónimo exclusivamente de anticuado y cutre sino
de falta de aseo ético, de colonización de la mente por el hongo del egoísmo.
Nuevos y viejos partidos hacen de la política un fin en sí mismo y se olvidan
de los ciudadanos, que son relegados a meras fichas o presencias virtuales en
el juego del poder. La política es un juego en el que el ciudadano, en cuanto
ha otorgado su voto, queda al margen de la acción y se limita a contemplar,
muchas veces desesperado, cómo el político juega bazas que no le gustan o que
van incluso en contra de sus intereses. ¿Para qué votar a un partido que se pretende ganador si
luego acaba gobernando una coalición de perdedores con programas políticos dispares?
Las coaliciones y los pactos tendrían que hacerse antes de votar y prohibirse
después. Esta democracia no tiene sentido, porque llamándose representativa no
representa bien al ciudadano.
El político al uso vive en una burbuja política y contempla al
ciudadano a través de su curvada superficie, distorsionado y difuso, viendo en él una baza
de juego de su propiedad. El político mira a la política y no al ciudadano en
sí mismo. Pasa algo parecido con el médico que ve sólo la enfermedad y no al
enfermo. Es el mal de la profesionalización, de las castas, que no son
exclusivas, como decimos, de los viejos sino también de todo aquel que llega
con ese espíritu de corporación y sabiduría infusa.
Decía León Felipe, refiriéndose a esto, que había que pasar
por las cosas ligero, sin quedarse demasiado en ellas, sin que hicieran callo
para no perder la sensibilidad:
Para enterrar a los muertos
como debemos
cualquiera sirve
cualquiera... menos un sepulturero.
Un día todos sabemos
hacer justicia. Tan bien como el rey hebreo
la hizo Sancho el escudero
y el villano Pedro Crespo.
Para enterrar a los muertos
como debemos
cualquiera sirve
cualquiera... menos un sepulturero.
Un día todos sabemos
hacer justicia. Tan bien como el rey hebreo
la hizo Sancho el escudero
y el villano Pedro Crespo.
Si la política estuviera sometida a riguroso control económico para evitar corruptelas y privilegios, además de remunerada de manera sobria, se accedería a ella por vocación de servicio a los ciudadanos y no por fines espurios. Y si el poder político estuviese limitado y controlado por la ciudadanía, otro gallo nos cantara. Pero ¿quién le pone por sorpresa el cascabel al gato si el que hace y aprueba la ley es el gremio político? Demasiado poder, demasiada independencia y falta de control ciudadano habitan confortablemente en la política de nuestros días.
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminarEste comentario no tenía relación con el artículo.
ResponderEliminar