Parece que la alcaldesa Botella, antes de su cercana
despedida (ya era hora) pretende inaugurar (Dios no lo quiera) un monumento o
urna con los restos de Cervantes en la madrileña Iglesia del convento de las
Trinitarias, donde consta documentalmente que fue enterrado el insigne
escritor. Pero el hecho es que la actual iglesia no es la antigua donde fue
enterrado Cervantes, sino que se construyó otra nueva en el mismo lugar.
Además, los restos estuvieron en paradero desconocido en el convento durante
cien años, junto con otros muchos, debido al desalojo de los enterramientos de
la cripta, que fueron confiados a las monjas. Probablemente sufrieron
traslados interiores y reducciones a lo largo de los años, si es
que algunos no se perdieron. Una vez construida la nueva iglesia, se
depositaron en su cripta los restos de la primitiva, ubicando los más antiguos,
entre ellos posiblemente los de Cervantes y su mujer, en el subsuelo, formando
un pequeño osario común de al menos diecisiete esqueletos. En diferentes
ocasiones, se intentaron localizar los restos del escritor sin éxito, hasta hoy
que se han llevado a cabo los trabajos arqueológicos y antropológicos más
completos y avanzados. Pero no hay certeza de nada, ya que los huesos están muy
deteriorados y es muy difícil hacer pruebas de ADN que permitan aislar un
conjunto de huesos pertenecientes a un mismo esqueleto. Además, el único
familiar cuyo enterramiento consta es su hermana, formando parte
también sus restos de un gran osario común en Alcalá de Henares, dificultando aún más una
necesaria comparación. Así que la única certeza es la documental, la de su
enterramiento en la antigua iglesia del convento de las Trinitarias, hoy
desaparecida.
Pero es que la misma suerte han corrido sus ilustres
coetáneos del siglo de Oro, Lope de Vega, Quevedo y Calderón. Sus restos
sufrieron múltiples peripecias y traslados, destrucciones e incendios en la
Guerra Civil, acabando en osarios mezclados con otros restos y no siendo
posible identificar más que unos pocos huesos en el mejor de los casos.
No cabe duda de que levantar una tumba al Príncipe de los
Ingenios hubiese sido un orgullo para nosotros y motivo de visita por los
visitantes de cualquier país, como lo es la tumba de William Shakespeare en la Holy Trinity Church de Stratford-upon-Avon, quien
por cierto fue enterrado apenas un mes después que Cervantes. Pero ya se sabe
que los ingleses son mucho más cuidadosos con su historia y su legado. A nosotros
nos puede el abandono, la incultura y el afán destructivo, aunque luego se nos
despierte el orgullo y queramos levantar monumentos a lo que ya se ha perdido.
Que se vaya ya la alcaldesa, que se aplace cualquier
intento de inaugurar urnas y monumentos hasta que, si fuera posible, a costa de
mucho dinero, se puedan identificar fehacientemente los huesos del escritor. Y
siempre nos quedará el sinsabor de que se ha perdido definitivamente el lugar
exacto donde fue enterrado. Shakespeare sí ha permanecido en su sitio, e incluso
dejó en su epitafio una advertencia:
Buen amigo, por Jesús, abstente
de cavar el polvo aquí encerrado.
Bendito sea el hombre que respete estas piedras
y maldito el que remueva mis huesos.
de cavar el polvo aquí encerrado.
Bendito sea el hombre que respete estas piedras
y maldito el que remueva mis huesos.
Hay muchos
que se quejan aquí, en efecto, de andar removiendo los restos de Cervantes,
pero lo cierto es que ya los removió hasta la saciedad nuestra azarosa
historia. Ahora se trataría simplemente de identificarlos.

