Y qué decir de los recicladores de muebles viejos, esos que
recogen sillas huérfanas, mesitas cojas, lámparas sin bombilla y demás útiles
desterrados de los cómodos domicilios pudientes que niegan a sus antiguos
enseres, alguna vez queridos, la soledad
de sus trasteros. Para qué hablar, también, de los negociantes de ropa usada, esos
que colocan en algún espacio público caritativos contenedores con nombre de ONG
para depositar ropa usada, que luego acaba en el África subsahariana vendida al
peso, en enormes bultos cerrados, a espabilados comerciantes de la miseria que
se hacen ricos en su país vendiendo por piezas.
Algunos emprendimientos son más serios y alejados de la
picaresca, que pretenden ofrecer, por un
módico precio, servicios que resultan caros hoy. Ahí está el alquiler de trajes
de novia, incorporado al tradicional alquiler de chaqués o smokings para una sola
ceremonia (qué pena de novia sin la ilusión de hacerse su traje inolvidable).
Ahí está la secretaria virtual, eficaz y servicial a distancia, vía internet,
pero dando imagen de presencia en la oficina para los clientes (lástima que no pueda
traernos un cafelito o alegrarnos la mañana con su tipazo). Y así muchos más,
que al menos son productivos y rentables para las personas modestas y las
pequeñas empresas.
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