Y claro, le tenía que tocar el turno a la literatura.
También existían ya, hace tiempo, los útiles editores de texto que daban un
aspecto profesional a los escritos, además de facilitar enormemente la edición
y corrección ortográfica. Últimamente han aparecido los programas de ayuda a la
creación literaria, que organizan la información disponible, gestionan tareas,
ayudan a la creación y manejo de personajes, escenarios e imágenes de apoyo,
permitiendo además el montaje de escenas y capítulos como si de una película se
tratase. Y recientemente –era
inevitable–, ha aparecido algún programa capaz de escribir una novela entera a
partir de cierta información de entrada. Hay que introducir en él una trama,
unos personajes referenciados a los de una novela conocida y un estilo y herramientas
narrativas tomados de algún escritor famoso. Y ya está, el “escritor virtual” se pone en marcha y en tres o cuatro días tiene
la novela terminada.
Sobre este desarrollo informático incipiente habrá que ir
incorporando nuevas herramientas para provocar emociones, crear tensión entre
los personajes, etc., pero ya se ve que subyace en el proyecto la intención de
lanzar un nuevo tipo de literatura “fabricada” que acapare un cierto sector,
poco exigente, de mercado. La idea tiene el terreno abonado en estos momentos
donde lo que se vende al gran público es, sobre todo, género de evasión, libros casi
clonados de intriga, terror o sexo más o menos explícito. Es el negocio
perfecto para las editoriales, libres entonces de los autores y sus derechos,
acortados los tiempos de producción y dispuestas a inundar el mercado con
títulos de usar y tirar. Claro que esta tendencia ya ha triunfado desde siempre
en manos de autores que escribían en serie novelas policíacas, románticas o del
oeste, con tanta facilidad como el que hace churros.
Aunque no informatizada, esta tendencia a la fabricación de literatura
está también presente en esos librillos, artículos o “manuales de autoayuda” que pretenden
enseñar a escribir un “best seller”. Incluso
en Estados Unidos –cómo no–, han desarrollado un algoritmo que predice con más de un ochenta por ciento de probabilidad
el éxito comercial de un libro. El algoritmo se basa en el análisis estadístico
del uso de las palabras y de la gramática, y se ha validado aplicándolo a libros
de literatura clásica, coincidiendo los resultados del algoritmo con el éxito
de los libros analizados.
En fin, nos queda el consuelo de que tendrán que pasar quizás
milenios para conseguir simular la plena creatividad humana, si es que alguna
vez se logra. Entonces estaremos en un mundo donde la especie humana habrá
dejado de tener sentido y un nuevo ser, biónico, habitará la tierra. ¿Seguirá
haciendo falta entonces la literatura?
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