sábado, 25 de enero de 2014

LA LEY DEL ABORTO

La ley de aborto propuesta por el ministro Gallardón ha eliminado el supuesto de malformación del feto como motivo para permitir el aborto. Sólo si hay riesgo para la vida del neonato o malformaciones graves que pongan en peligro la salud síquica de la madre, podría ser autorizado. Es evidente que en los demás casos de discapacidad  carga a la madre, y por extensión a toda la familia, con una situación penosa en todos los aspectos: sicológico, económico, social, etc.

Acudir al tópico del derecho a la vida del nonato para suprimir este supuesto de aborto es una postura farisea que no merecería refutarla. En el supuesto de violación, permitido por la ley, no hay inconveniente en suprimir esa vida en un plazo de doce semanas. Tan sagrado no parece que se considere el derecho a la vida del feto, él que no entiende todavía de violaciones, ni aprobaría tal conducta en el futuro si hubiese seguido vivo. En este caso se ponen por encima los derechos de la madre y no se duda en suprimir esa vida. Luego el problema de no permitir el aborto en casos de malformación se basa en una valoración prejuzgada del estado sicológico de la madre. Se supone que una mujer violada tiene derecho a rechazar y odiar a un hijo concebido contra su voluntad, pero que un hijo malformado no puede ser rechazado por ninguna madre.

Si los padres aceptan la responsabilidad de traer al mundo una vida limitada, seguros de poder rodearla de felicidad, o al menos de poco sufrimiento, bienvenida sea su decisión de no abortar. Esa felicidad será la que el día de mañana haga que su hijo prefiera haber nacido. Se les puede perdonar incluso la carga social que generan, ya que es la sociedad la que en parte, y antes o después, deberá asumir los cuidados de esa persona. Pero si los padres no están dispuestos a arropar esa vida problemática, si la van a condenar al sufrimiento o al abandono, mejor sería evitar por anticipado tales males. Claro que el estado podría hacerse cargo completamente del problema, pero parece que no va a estar por la labor.

Por otra parte, y en relación a la todavía vigente ley, que permite cualquier supuesto de aborto siempre que se respeten los plazos, cualquier bien nacido sabe que en un embrión humano palpita un ser en formación, y que es cuestión de tiempo para que se desarrolle plenamente. El tiempo nos engaña y separamos el presente y el futuro de un ser como si entre ellos no hubiese una relación necesaria de continuidad. Puede ocurrir un accidente, por supuesto, pero un ser se desenvuelve en el tiempo y su historia debe contemplarse entera, desde el momento de su creación (fecundación) hasta su muerte. El valor que se le dé a cada etapa vital no anula esa esencia de ser humano, aunque se trate sólo de un embrión. Si consideramos la vida como algo sagrado, o al menos digno de respeto, lo es en todas sus etapas. No se puede considerar que un embrión humano sea una especie de pólipo interno indeseado, problemático e incluso maligno que hay que extirpar, porque una cosa es aceptar el dramatismo de la vida implícito en un aborto y otra banalizarlo. Por eso no me parece digno de consideración el argumento típico proabortista que esgrimen algunas mujeres, cuando proclaman que se trata de su cuerpo y con él hacen lo que quieren. La verdad es que no se trata de su cuerpo, sino del cuerpo de otro ser. Confunden sin duda a ese cuerpo nuevo al que sólamente alojan con su riñón o alguna otra víscera. Y tampoco ningún médico tendría la potestad de eliminar por las buenas un riñón, salvo enfermedad grave.

Pero dicho esto, hay que aceptar resignadamente que la muerte programada es tolerada y consustancial con la vida en algunas circunstancias. Se mata actualmente en las guerras, se mata a los que han matado, se mata en defensa propia o de otros, y se deja morir, en algunos países, a los enfermos desahuciados. En un nivel menos trágico, hay países aquejados de un exceso de población que pondría en peligro la supervivencia en equilibrio de toda la sociedad, siendo preciso realizar un estricto control de la natalidad, basado en el uso de anticonceptivos y complementado con la práctica del aborto.

Hay ocasiones en que es preciso sacrificar una vida por otra u otras, y es imposible pretender eliminar por completo la dimensión trágica de la vida. Y sobre todo, no se puede hablar del derecho absoluto a la vida, que probablemente nunca tendrá el hombre que vive en sociedad y mucho menos los animales. El derecho es siempre un constructo social, que además cambia con la historia y la geografía.

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