La corrupción política tiene hoy una presencia casi
permanente en los medios de comunicación, hasta el punto que acabamos
considerándola algo inevitable y general. En España, el nivel de corrupción
percibido por la organización Transparencia Internacional, que
publica un índice de corrupción creciente entre 1 y 180, corresponde al índice 30, un nivel promedio entre los 25
miembros de la Unión Europea. Portugal, Italia y sobre todo Grecia, con índice de
78, la superan en corrupción. Rusia es una de las grandes naciones más corruptas,
con un índice de 154, mientras que los países escandinavos ostentan la menor
corrupción, con índices entre 1 y 10. En Iberoamérica, México tiene un índice
de 98, mientras que Chile presume de un 21, similar al Reino Unido. Venezuela
tiene la mayor corrupción del subcontinente, con índice de 164.
Dentro de España, la península parece escorarse hacia el Mediterráneo
por el peso de la corrupción, aunque se nivela un poco con el peso de Madrid.
Por partidos políticos, el PP gana la carrera seguido de cerca por el PSOE, y
CIU va en tercer lugar, aunque muy alejado. Pero este ranking corresponde al número de casos de corrupción
en valor absoluto, que si lo referimos a la implantación de los partidos, por
ejemplo al número de parlamentarios y senadores de cada uno de ellos, cambia
substancialmente, pasando a ganar la carrera corrupta CIU, aunque marchando
todos en pelotón. Una estimación más exacta de la corrupción relativa debería
considerar principalmente, y con precisión, los cargos públicos (gobiernos
central y autonómicos, alcaldes, concejales, asesores, etc.), dato más
complicado de evaluar.
La corrupción es una constante histórica, con mayor
incidencia cuanta más acumulación de poder en pocas manos exista en una
sociedad. Las monarquías antiguas y las
dictaduras de todos los tiempos se caracterizan por un elevado grado de
corrupción. Fue un historiador inglés del siglo XIX, Lord Aston, quien plasmó
más exactamente este hecho en la frase “El poder tiende a corromper, y el poder
absoluto corrompe absolutamente”. La
idea se ha generalizado y simplificado en la expresión tópica “el poder
corrompe”, pero si interpretamos fielmente la idea de Lord Aston, el poder
favorecería o empujaría a la corrupción, pero no la condicionaría salvo en el caso de que fuera absoluto. Es
muy interesante la idea, ya que plantea el poder como una tentación, que podría
ser vencida por la ética personal, pero que sería invencible cuando la
tentación, o sea, el poder, fuera absoluto.
Y es que detrás de toda conducta está en primer lugar la
naturaleza humana, con sus tendencias egoístas espontáneas, casi genéticas, que
se ven frenadas por los imperativos éticos y el juicio social. Cuando la ética
flaquea y no hay riesgo de juicio social debido a la posesión del poder o a la
ocultación del delito, los impulsos egoístas tienen el campo libre.
Consideraciones mentales como “nadie se va a enterar”, “nadie puede juzgarme”,
“tengo derecho a beneficiarme ya que me preocupo por el bien del pueblo”,
“todos lo hacen, y si no lo hago yo, lo hará otro”, etc., etc., son las
tentaciones que acosan al corrupto incipiente y allanan su camino hacia la
corrupción.
Y en muchos casos también, la corrupción se disfraza de
negocio lícito, de habilidad manejando los hilos del poder y la influencia, de
éxito personal. Y así nos sorprenden casos que saltan a la luz pública
implicando a personas que se consideraban impecables, y hasta con cara de
excelentes y honestas personas –se prefiere no citar nombres–. La realidad es
que determinadas prácticas corruptas están incorporadas a la vida política y
empresarial como habituales y tolerables si no son excesivamente escandalosas;
tales son las comisiones, los regalos de elevado valor, las prebendas y
gratificaciones no registradas, los enchufes, etc. Es decir, el cohecho, el
tráfico de influencias, la malversación, el nepotismo, etc., etc.
Este panorama tan desolador no es, sin embargo, inevitable.
Países como los escandinavos, con Dinamarca a la cabeza, tienen unos niveles
muy escasos de corrupción. Cabe preguntarse por las claves de su éxito. Se
pueden aventurar tres condiciones sobre las que se asienta. En primer lugar, un
alto desarrollo económico. La pobreza va unida a la corrupción, aunque
generalmente es la corrupción en países poco desarrollados la que agudiza la
pobreza, debilita el sistema económico e impide el crecimiento.
En segundo lugar, la educación. Un desarrollo cultural y
ético generalizado elimina del seno de la sociedad los comportamientos
corruptos. Es evidente que la educación sólo actúa a lo largo del tiempo y las
generaciones, y se arraiga en paralelo con el desarrollo económico. Donde hay
pobreza hay también carencia de servicios públicos como la educación, y la
corrupción se instala en todas las capas sociales como método de supervivencia y
mejoramiento.
Y en tercer lugar, apoyando la anterior condición, la
transparencia en la gestión pública y privada a todos los niveles. En Dinamarca,
por ejemplo, es posible conocer lo que gana y tributa tu vecino, o cómo y a qué
precio la administración pública ha contratado un servicio o adquirido un bien.
Son tres patas de las que nuestro país cojea todavía y que
no se enderezan a corto plazo. Entretanto, la denuncia sistemática de los casos
de corrupción por los medios puede contribuir a un rechazo de la sociedad hacia
la clase política, como está sucediendo, a su desprestigio y a la conciencia
clara de la necesidad de habilitar, por el Estado y los partidos políticos, mecanismos
de control eficaces y sistemas de gestión transparentes. La cultura ética
vendrá después, quizás cuando el poder se disuelva más entre la sociedad mediante
un sistema democrático mucho más participativo.
"Y es que detrás de toda conducta está en primer lugar la naturaleza humana, con sus tendencias egoístas espontáneas, casi genéticas": ¡El mito del pecado original de la cultura judeo-cristiana!
ResponderEliminarSerá como dices, nunca he entendido bien el mito del pecado original,eso de Adán y Eva comiendose la manzana. Seguro que para los judios representa la primera corrupción, aunque en realidad se trate de algo inscrito en la naturaleza biológica del hombre y que hay que trascender por medio de la ética.
Eliminar¡Saludos a Texas!