domingo, 6 de enero de 2013

MENDIGO DE PROFESIÓN

Los mendigos y pedigüeños han existido siempre y en todos los lugares. Famosa es la novela picaresca española del siglo XVII, y posteriormente las de otros países europeos. Y a lo largo de nuestra vida, hemos visto a los mismos pedigüeños profesionales que proliferan hoy día, con más intensidad ahora si cabe debido a la crisis económica. Especialmente en estas pasadas fiestas navideñas, parece que se hubieran multiplicado, decididos a aprovechar ese sentimiento de fraternidad y generosidad que las Navidades propician. Es en este tiempo humanizado cuando las emociones anulan la capacidad crítica y la gente se vuelve benévola y caritativa, dispuesta a dejarse llevar por ese conocido proverbio de “haz bien y no mires a quién”. Claro que en puridad, el proverbio se refiere a no considerar si el beneficiado es amigo o enemigo, conocido o desconocido, pero con la premisa  siempre de que se le hace un bien. Pero a los mendigos profesionales ¿se les hace un bien o simplemente se contribuye a que recauden un sueldo que supera muchas veces el que ganan trabajadores convencionales en condiciones duras y escasamente pagadas? En la actualidad, con un paro de una persona por cada cuatro, el ser mileurista ya no es una maldición, sino una suerte. Pero un mendigo profesional un poco hábil duplica este sueldo sin más esfuerzo que permanecer unas cuantas horas en un lugar estratégico y conocer bien el oficio. Ocioso es hablar de las artes que emplean, simulando invalideces y desgracias, llevando niños adormecidos que no son suyos y están sedados para que no molesten o parezcan enfermos, mostrando carteles donde anuncian su desgracia y que están diseñados por terceros devenidos profesionales en ese arte; y ocupando puestos que han sido asignados por mafias que controlan la zona y que reciben parte de lo recaudado. Todo el mundo conoce estas prácticas, aunque muchos ingenuos siguen ignorándolas, y son de hecho el público objetivo de este negocio que no paga impuestos.

Sin embargo, hay que tener cualidades para ser un buen mendigo, y no vale cualquiera. Como ejemplo, un negrito que se aposta a la puerta de un gran almacén de mi barrio, gordo como un tonel, y que comete la torpeza de pedir “para comer”. Un día se lo dije, que para qué quería comer más con lo gordo que estaba, pero o no me entendió o se hizo el loco.

Pero hay mendigos que están verdaderamente necesitados por diferentes causas, aunque quedan excluidos de los circuitos y puestos tradicionales de la mendicidad, y consiguen sobrevivir a duras penas. Entre estos hay casos ejemplares, como esos que no piden, que se limitan a estar ahí, mostrando su condición pasivamente y confiando en la iniciativa de los transeúntes. Ante la situación económica que sufrimos, son muchas las personas se han echado a la calle –o las han echado– para buscarse la vida. Y la cuestión es saber distinguir entre el mendigo de profesión, de toda la vida, y el coyuntural o el desposeído de verdad. Lo malo de esta situación de auténtica pobreza, es que si dura, existe el riesgo de que el pobre acabe aprendiendo la profesión, y animado por el beneficio, se introduzca plenamente en ella, utilizando todas las artes y recursos del negocio, y entregándose a las mafias. Se ha dicho con descaro por algunos trabajadores de la mendicidad, que cumplen una función social: la de dar oportunidad a la gente de ejercer la caridad, sentimiento tan reconfortante que debe ser bien pagado. Y cierto es que hay personas que siguen tan a ciegas la máxima de “haz bien y no mires a quién”, que posiblemente tengan razón.

De todas maneras, y dado el reparto tan desigual de la riqueza en nuestras sociedades, el que los ricos mantengan una población pasiva de pedigüeños profesionales no es tan gravoso como pudiera pensarse. En la antigua Roma, se mantenía a la plebe a expensas del Estado, y se les entretenía además con juegos circenses frecuentes.  Después de todo, eran ciudadanos romanos, y no todo el mundo podía ser rico, bien por privilegiado origen familiar o por habilidad e inteligencia propias. Lo malo en nuestros días es que a los verdaderos pobres se les atiende mal, usurpados sus derechos por los pícaros de la mendicidad. El Estado debería acabar con esta lacra, y hacerse cargo de los desposeídos por igual. Es el chocolate del loro en los presupuestos del Estado. Se calculan unos treinta mil indigentes en España, muy poca cosa comparado con el número de políticos y funcionarios ociosos e ineficaces a los que también mantiene el Estado.

1 comentario :

  1. Escelente opinion se agradece la claridad meridiana desmontando creencias urbanas

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