domingo, 24 de marzo de 2019

EL RELOJERO VAGO


Dios pudo haber creado el Mundo de manera precisa, matemática, como un relojero excelente. Hubiera ahorrado mucha materia y energía, mucha luz dispersada por los confines del Universo. Pero no quiso tomarse ese trabajo, le bastaba con iniciar el proceso, con arrancar una explosión en la nada y dejar que se desarrollaran las infinitas posibilidades entre las cuales surgiera de manera excepcional la vida. Era tan delicado el ajuste de la vida que no se limitó a crear un solo Universo en el que los parámetros esenciales tuviesen que ser ajustados con absoluta precisión, sino una infinidad de Universos entre los que apareciera de manera espontánea el adecuado. Tan inmenso era el poder del Creador que obraba a lo grande, derrochando medios, alzando simplemente la voz y diciendo "Hágase". Y así llenó el Cosmos de universos y mundos infinitos, de confusión y sufrimiento. Por eso, los hijos de Dios, ya crecidos, acabaron imaginándole como un infinito poder sin inteligencia, como una Nada poderosa, como un ente que necesitaba al hombre para encarnarse en él y llegar a ser un excelente relojero. Así pensaba el Hombre. Dios parecía la potencialidad pura, la totalidad de todas las posibilidades, ya que de ser algo concreto hubiese estado limitado, y Él era infinito. Dios era Todo y Nada, las dos formas de llamar a lo mismo.

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