Al principio fueron las “tablillas de arcilla” los soportes
de la escritura. En el inmediato futuro lo serán las “tablets”. Principio y
final va de tabletas, analógicas primero y ahora digitales. La diferencia
substancial es la cantidad de escritura contenida en el soporte, además de
otros usos alucinantes de las últimas, tales que un acceso ilimitado a la
información mundial o la capacidad de hacer y enviar fotos y videos a cualquier
parte. Pero centrémonos en la escritura y contemplemos por un instante la
evolución de sus soportes a lo largo de los tiempos. Pronto aparecieron los
rollos de papiro, que permitían leer un texto desenrollándolos progresivamente.
Aunque un poco incómodos de leer si no se apoyaban sobre una mesa, permitían
marcar posiciones de lectura introduciendo un pequeño trozo de papiro en un
borde del rollo. Luego llegaron los pergaminos, de piel fina, y con ellos el
auge de los “libros” en su acepción común, compuestos por un conjunto de
pliegos cosidos que había que ir pasando para progresar en el texto. También en
ellos se podían dejar marcas de lectura como en los rollos de papiro, e
igualmente que en ellos, hacer anotaciones en los márgenes del texto. Lo
siguiente sería ya más de lo mismo, el reinado permanente del libro usando
papel en vez de piel e imprenta en lugar de escritura manuscrita.
En la era digital, la pantalla electrónica ha substituido al
papel en multitud de usos, y también, cómo no, en gran parte de los textos
literarios. Para ellos, se concibió específicamente el lector electrónico, que
permite almacenar cientos de libros digitales en un dispositivo pequeño y
ligero. El “e-Reader “ se popularizó rápidamente en los últimos años, y ahora
empieza a decaer cediendo su terreno a las “tablets”, más versátiles, en las
que la función de e-Reader es sólo un complemento más. Permiten la
visualización en color como ventaja, y como inconveniente una lectura más
cansada que la de la “tinta electrónica” de los e-Reader. El que la tablet vaya
ganando la batalla es una muestra más de la deriva de los lectores hacia la
lectura breve, en tiempos perdidos, a menudo interrumpida por otras
solicitaciones de las comunicaciones multimedia. Y a no ser que se dote pronto
al e-Reader de otras funciones complementarias como el acceso a internet, pantalla
en color, interactividad, etc., estaremos asistiendo a su muerte. Ya es difícil
encontrarlos en los comercios, mientras que proliferan las tabletas, cada vez
más pequeñas y manejables.
Pero ¿y qué pasa con el libro tradicional? Pues que sigue
bajando su venta a favor del ebook, más barato y fácilmente pirateable. Hoy el
80% de los lectores descargan gratis los ebooks, bien porque son gratuitos en
origen o porque los piratean. Empieza a producirse en el mercado del libro una
revolución comercial que se inició con la música: la destrucción del mercado de
las editoras, que han disfrutado siempre de pingües beneficios y explotado a
los autores, los verdaderos productores de literatura.
Los autores que se autoeditan digitalmente son ya una marea
imparable y las plataformas de comercialización de libros digitales admiten
unos precios de venta ínfimos. Tantas ventajas han generado un exceso de oferta
que hace casi imposible para un autor abrirse paso hacia el lector. En la
cadena digital falla la promoción, siendo poco eficaz la llevada a cabo directamente
por el autor en redes sociales y otras plataformas gratuitas de lectura
crítica. Empiezan a verse intentos de establecer concursos y premios por parte
de las plataformas de edición, pero son muy poco profesionales. Hoy por hoy, la
demanda de libros digitales se centra sobre todo en los gratuitos. Es una
llamada que no debería desoírse: la exigencia del acceso gratuito a la cultura.
En ese sentido, empiezan a desarrollarse bibliotecas virtuales que pueden ser
accedidas online, siendo un servicio municipal gratuito más, como las
bibliotecas convencionales. Los libros de texto
acabarán siendo substituidos por libros digitales, terminando con la época de
las pesadas mochilas de los escolares y el escandaloso negocio de las
editoriales en este sector. Las grandes enciclopedias como la británica, que ya
lo hace, no se editarán en papel, y semanarios tradicionales como el Newsweek,
de formato tan cómodo, salen ya sólo en digital. En cuanto a los periódicos,
hay augures que profetizan su desaparición en papel para dentro de un par de
décadas a más tardar, existiendo ya ediciones digitales gratuitas de los más
importantes.
La publicación tradicional ha resultado apresada por sus
costes de producción y comercialización frente a lo digital, haciéndola
inviable, a pesar de que las editoriales tradicionales se esfuerzan por
mantener en el mercado digital unos precios altos paro no perjudicar demasiado
al libro en papel.
Con este panorama hacia el futuro, ¿qué porvenir le espera
al libro tradicional? Quizás tenga una muerte lenta, muy lenta, como la han
tenido todos los soportes analógicos anteriores. Nadie publica hoy en tablillas
de arcilla ni en rollos de papiro, aunque se conserven algunos en los museos. Los
románticos del libro en papel defienden su valor como objeto que se puede
tocar, oler incluso, regalar envuelto en bonito papel de colores. Como todo
objeto, uno se puede sentir su propietario y amarlo en la medida de su valor
literario enriquecido por unas cubiertas y un papel de lujo; lo puede convertir
en un fetiche, en suma, pero la esencia, la razón de existencia del libro es su
contenido. No se puede olvidar que más romantica que el libro era la carta manuscrita, y ha desaparecido de nuestras vidas substituida por el correo electronico y las diversas aplicaciones de mensajería, sin que la echemos de menos.
Y hablando de muertes, conviene relacionarlas con el
contenido de los libros. Es evidente que publicaciones en papel como los libros
de texto, las grandes enciclopedias y los diarios tienen los años contados, ya
que los contenidos multimedia de las publicaciones digitales serán incorporados
a ellos, permitiendo disponer de videos, fotos abundantes e incluso grabaciones
sonoras, además de hipertextos e interactividad. La incógnita que nos ocupa es el destino de
la obra literaria, materializada exclusivamente en escritura. Aquí es donde se
librará la batalla entre lo analógico y lo digital, en la que el precio de los
libros será un factor decisivo. Por supuesto que el libro en papel puede
adaptar considerablemente los costes, como ya se hace en las ediciones de
bolsillo y se hizo en épocas anteriores de manera más drástica, comercializando
libros al precio de un café, sin portada y en papel periódico. Claro que
degradado el libro fetiche a estas ediciones baratas, se apreciará en él sólo
el contenido, como en la edición digital.
El libro en papel no desaparecerá, como no desaparecerán las
grandes bibliotecas nacionales cuya misión esencial es conservar todo lo que se
ha publicado, y como no hubiera desaparecido la antigua Biblioteca de
Alejandría, que albergaba más de
setecientos mil rollos de papiro y pergamino, de no haberla destruido los
azares de la Historia. Pero los nuevos
libros irán cambiando de soporte progresivamente, de la misma manera que van
cambiando los hábitos de lectura de la gente. Hábitos que pueden ser criticados
como puede ser criticada la sociedad actual, centrada en el pasatiempo, lo
banal, la dispersión. El libro tradicional
apunta a una época en que se practicaba la lectura sosegada y profunda, la meditación
en el mundo narrado, el ejercicio de la imaginación en suma. De todo ello queda
un público devoto todavía que esperemos que nunca desaparezca.
No hay comentarios :
Publicar un comentario