lunes, 5 de mayo de 2014

NUEVAS TECNOLOGÍAS: LA NUEVA ESCLAVITUD

Es imparable el avance hacia una sociedad interconectada de ámbito global,  propiciado por las llamadas Nuevas Tecnologías o Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC). Pero todo innovación técnica tiene su lado oscuro, es decir, la posibilidad de un mal uso. Eso de pensar que la tecnología es neutra en sí misma, ni mala ni buena, sino que la responsabilidad recae en el uso que se haga de ella, es una ingenuidad de los usuarios o una falacia de las empresas tecnológicas. El caso es que la tecnología es buena y mala a la vez, es decir, que es inevitable que produzca ambos resultados (energía atómica, aviones, etc., etc.). Y las TIC no podían escapar a esta dualidad. 

 Uno de los primeros smartphones en salir al mercado fue el BlackBerry, de la compañía canadiense RIM. Los creadores andaban buscándole un nombre que fuera divertido, fresco, cool (como dicen los americanos) y se les ocurrió utilizar el parecido de su teclado con una mora: pequeño, negro y granado. Y se quedó con BlackBerry. Lo que no sabían, o no se percataron, es que así se llamaban irónicamente las bolas negras de hierro que llevaban sujetas al tobillo, por medio de un grillete, los esclavos negros de los campos algodoneros del Sur de Estados Unidos. Quisieron vender la imagen de una fruta y vendieron la de un grillete. Y para regocijo de la historia, éste empezó a ser muy pronto el uso que se decantó debido a las especiales prestaciones del teléfono smart. Las empresas regalaban la mora a sus ejecutivos de manera que estuviesen en contacto permanente con ellas, prolongando su disponibilidad laboral en todo momento y lugar. Y no valía desconectarse ni fingir que no se recibían los mensajes, porque todo quedaba registrado. Los ejecutivos se convirtieron pronto en los esclavos modernos de las empresas, con su grillete BlackBerry de alta tecnología.

Recientemente, el Smartphone se ha generalizado, adquiriendo un uso lúdico debido a sus inagotables aplicaciones, contenidos multimedia, mensajerías, etc. Pero ha generado una nueva esclavitud, que ahora llamamos adicción ya que es voluntaria, y que obliga también al esclavo a un uso continuo del aparatito. En el entretenido ingenio se acaba delegando toda la actividad mental, de manera que puede decirse que cuanto mayor uso se hace de él, más vacía se tiene la cabeza. Ya no se piensa, ni se relaciona uno en persona, sino que todo se hace a través del teléfono. Basta con tenerlo encendido para que el mundo entre en nuestra cabeza hueca y lo llene de contenidos, banales o no, que lo que importa es sentirse interconectado con una realidad fácil y un grupo social amplio aunque virtual. Se acabó la soledad, el tener que pensar, que trazar planes y hacer proyectos, porque todo nos lo dan hecho; sólo hay que dejarse llevar por las múltiples sugerencias que pululan en el teléfono listo. Ya no es preciso ser listo uno mismo, ni creativo, ni desarrollar habilidades sociales, basta con tener un telefonillo de última generación que nos provea de todas esas cualidades. Y así, es un hecho observable que cuanta mayor pinta de torpe tiene una persona, más se le ve aferrado a su aparato; no hay un segundo de inactividad que no le dedique al mismo, y si lo olvida por un momento, basta con oír el silbidito que le lanza para que se someta inmediatamente a su dominación. Es un acto automático, un “tic” (será por eso de las TIC). Es el silbidito del amo a su perro, cariñoso pero dominante. Ir en el metro o el tren y oír continuamente los silbiditos de los amos a sus mascotas se ha convertido en algo que ya produce náuseas, pero los perritos atienden diligentes las llamadas, sonrientes, felices y agradecidos.

Pero la nueva esclavitud no la generan sólo los smartphones, sino que las tablets y hasta los eternos ordenadores se han llenado de aplicaciones nuevas poco necesarias, de sistemas operativos mejorados (en teoría), de programas cada vez más potentes que nos obligan a una actualización continua de nuestros conocimientos y habilidades. Si a eso le añadimos la permanente guerra contra los virus informáticos que conlleva tanta interconexión y tanta propaganda basura, resulta que nuestro tiempo se consume en atender a las nuevas tecnologías más que en usarlas. Y muchos disfrutan con estas habilidades, con estar a la última en antivirus, en Apps para rizar el rizo, en programas que se usan un par de veces pero que les cuesta semanas aprender a manejar bien. Las TIC se convierten así en un objeto en sí mismas en vez de un medio útil para hacer determinadas cosas. En realidad no habría que quejarse porque quizás siempre ha sido así con todas las novedades, si no fuera porque ahora ya es excesivo el ritmo de innovación, el consumo de tiempo que hay que dedicarle al amo tecnológico. Y no vale quedarse atrás, el querer seguir con la tecnología antigua, porque cualquier cosa que se hacía antes ya no es posible hacerla ahora debido a que el servicio que la permitía está soportado en la nueva tecnología y es incompatible con la antigua. Las empresas fabricantes siguen usando el viejo truco de la obsolescencia programada, que se aplicó inicialmente a la duración de las bombillas (se fundían innecesariamente al cabo de cierto número de horas).

Si, las nuevas tecnologías, además de sus inapreciables funciones,  son también una auténtica condena que se va apoderando de las mentes y volviéndonos cada vez más dependientes, más torpes sin ellas, mas esclavos. El problema se ha debatido mucho, incluso desde sectores médicos, pero el lado oscuro de las nuevas tecnologías sigue pasando desapercibido para una gran parte de la gente, sobre todo para aquellos que están atrapados en su adicción. Por eso nunca estará de más haberle dado otro empujoncito a la crítica.
 
 

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