miércoles, 30 de octubre de 2013

ESCRIBIR BIEN



Expresarse bien es la condición necesaria para hacerse entender. Cualquiera, incluso los que escriben mal, estarán de acuerdo en eso aunque consideren  que se pueden simplificar mucho las cosas empleando atajos y abreviaturas. Esto nos lleva a la jerga usada en Internet, en los móviles, etc. ¿Por qué escribir “qué te parece” si podemos abreviar a “k te parece”? Cuanto menos tecleemos más rápido enviaremos nuestro mensaje, en ese ritmo neurótico de comunicación que intenta responder a un montón de amigos, superficiales o no, que se adueñan de nuestro tiempo con mensajes banales que no conducen más que a esa falsa sensación de estar interconectados con el mundo, de no estar solos. Son los tiempos que corren.
No obstante, no son los tiempos actuales los que únicamente manejan el lenguaje a su antojo. También escritores famosos, incluso premios Nobel, han tirado a veces por la calle de en medio suprimiendo comas, puntos o mayúsculas en un afán de originalidad o singularidad expresiva. El lenguaje es algo vivo que cambia con el tiempo, y una cierta anarquía en su empleo es la condición previa para ensayar nuevas formas, aunque eso no justifica que todo el mundo lo ponga patas arriba. Porque el lenguaje es cultura, es historia y raíces, y cuando escribimos estamos dando testimonio de todo ello. Las faltas de ortografía quiebran esa historia del lenguaje, porque no se trata sólo de registrar la fonética de cualquier manera, sino de conservar las raíces de los vocablos. No es lo mismo escribir “imbécil” que “invecil”, aunque suene igual en el habla común, porque el vocablo deriva del latín “imbecillus” y aunque hay polémica en cuanto a la etimología exacta, con bastante probabilidad estamos aludiendo al término “bacillum”, báculo pequeño o bastón, símbolo de la sensatez que aporta la experiencia, la edad. Así, im-becillus significaría sin báculo, sin sensatez, demasiado joven, ignorante e inexperto. Naturalmente, no es necesario saber latín para escribir en castellano, pero debería bastar la sospecha de que el lenguaje no es algo arbitrario para guardarle cierto respeto.
Y luego está la sintaxis, el uso adecuado de las oraciones, la correcta colocación de las comas, los puntos, etc. Y aquí sí que no hay que remontarse al latín sino a la lógica más elemental. Porque no es lo mismo escribir  “El maestro dice, Jaimito es un ignorante” que escribir “El maestro, dice Jaimito, es un ignorante”.  Un ignorante posiblemente escribiría todo seguido sin ninguna coma, “El maestro dice Jaimito es un ignorante”, pensando que como él sabe lo que quiere decir, los demás entenderán su pensamiento sin más. Ejemplos no tan chistosos como éste se pueden leer con frecuencia, teniendo que adivinar el significado de la frase por el contexto.
Pero no es sólo escribir, sino en general expresarse bien incluso verbalmente, aunque aquí ya entran otros medios expresivos ajenos a la rigidez del grafismo, como es la entonación, los gestos, las pausas de distinta duración, la intencionalidad, etc. La comunicación verbal es más rica y puede permitirse muchas libertades que no toleraría la escritura, porque, en todo caso, las palabras se las lleva el viento pero lo escrito permanece (verba volant scripta manent).

 

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