No parece haber solución, habría que cambiar el mundo por
completo. Nuestras fábricas tendrían que producir alimentos en el tercer mundo
y para el tercer mundo, de manera que los excedentes se pudieran distribuir
allí fácilmente, o bien habría que traer parte del tercer mundo aquí para
alimentarlo con lo que nos sobra. ¿Cómo podemos entonces combatir la
inmigración ilegal y tener la conciencia tranquila? Si no resulta rentable para
las empresas establecerse en el tercer mundo, ¿por qué no repoblar nuestros
pueblos abandonados con esos contingentes de personas que sólo ansían una vida
básica, comida y alojamiento? Ya no harían falta tantas ONG poco eficaces,
tanto voluntariado ingenuo y tanto sentimentalismo dudoso. Ahora serían los Estados
los que tendrían bajo su responsabilidad esta tarea de realojamiento de las
poblaciones. Pero otra vez tropezamos
con la utopía, porque sin duda existirían problemas interculturales,
conflictos, necesidad de dirección y organización. Se crearían una especie de
reservas geográficas y étnicas que habría que atender y a las que prestar
servicios sociales. Al menos, las ONG tendrían más fácil su tarea sin necesidad
de salir del país y complementado la acción del Estado. Sería una solución más
rápida que pretender resolver los problemas de desarrollo y estructura social y
política de los países atrasados. La pregunta de oro es si habría suficiente
espacio en los países desarrollados para realojar sin demasiados conflictos a
esos ochocientos millones que pasan hambre. Y eso por no hablar del coste de ese
desplazamiento humano hacia los diferentes países.
En fin, todo es más complejo de lo que parece, y el problema
se agrava al considerar que una parte de la población hambrienta lo es debido a
las guerras locales que provocan cantidades ingentes de desplazados a los países
fronterizos, o bien debido a catástrofes naturales o climáticas. Habrá que
seguir contemplando el horror de las hambrunas durante mucho tiempo, haciendo
necesaria la ayuda puntual de los países ricos. El mundo global –en su dimensión humana– está todavía muy
lejos de poder alcanzarse.
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