sábado, 19 de octubre de 2013

EL HAMBRE DEL MUNDO

Es doloroso conocer que, a grandes rasgos, ochocientos millones de seres humanos pasan hambre y casi la misma cantidad padecen sobrepeso. Naturalmente, ambas cantidades pertenecen a “mundos” distintos, unas al tercer mundo y otras al mundo opulento, separados no sólo por miles de kilómetros sino por siglos y milenios de cultura y desarrollo. En el mundo opulento se producen alimentos en cantidad suficiente para alimentar con creces ese hambre del tercer mundo, pero el exceso de alimentos se desperdicia, se tira a la basura por indolencia y falta de control en el consumo doméstico y en la producción agrícola e industrial. El problema de los excedentes es cómo hacerlos llegar a los hambrientos, venciendo múltiples barreras: las de la caducidad, las del coste del transporte, las de la corrupción en las estructuras de los países necesitados y la especulación de los mercados. Cuesta menos producir un alimento que llevarlo donde se necesita, sobre todo si en esa distribución existen intereses e intermediarios corruptos.

No parece haber solución, habría que cambiar el mundo por completo. Nuestras fábricas tendrían que producir alimentos en el tercer mundo y para el tercer mundo, de manera que los excedentes se pudieran distribuir allí fácilmente, o bien habría que traer parte del tercer mundo aquí para alimentarlo con lo que nos sobra. ¿Cómo podemos entonces combatir la inmigración ilegal y tener la conciencia tranquila? Si no resulta rentable para las empresas establecerse en el tercer mundo, ¿por qué no repoblar nuestros pueblos abandonados con esos contingentes de personas que sólo ansían una vida básica, comida y alojamiento? Ya no harían falta tantas ONG poco eficaces, tanto voluntariado ingenuo y tanto sentimentalismo dudoso. Ahora serían los Estados los que tendrían bajo su responsabilidad esta tarea de realojamiento de las poblaciones.  Pero otra vez tropezamos con la utopía, porque sin duda existirían problemas interculturales, conflictos, necesidad de dirección y organización. Se crearían una especie de reservas geográficas y étnicas que habría que atender y a las que prestar servicios sociales. Al menos, las ONG tendrían más fácil su tarea sin necesidad de salir del país y complementado la acción del Estado. Sería una solución más rápida que pretender resolver los problemas de desarrollo y estructura social y política de los países atrasados. La pregunta de oro es si habría suficiente espacio en los países desarrollados para realojar sin demasiados conflictos a esos ochocientos millones que pasan hambre. Y eso por no hablar del coste de ese desplazamiento humano hacia los diferentes países.

En fin, todo es más complejo de lo que parece, y el problema se agrava al considerar que una parte de la población hambrienta lo es debido a las guerras locales que provocan cantidades ingentes de desplazados a los países fronterizos, o bien debido a catástrofes naturales o climáticas. Habrá que seguir contemplando el horror de las hambrunas durante mucho tiempo, haciendo necesaria la ayuda puntual de los países ricos. El mundo global –en su dimensión humana– está todavía muy lejos de poder alcanzarse.

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