El diccionario de la RAE
incluye una acepción de la palabra burbuja como “habitáculo hermético y aislado
del exterior”. Pero la acepción más habitual es la de pequeña esfera de aire
que se forma en el seno de un líquido, asciende y acaba explotando en
superficie, desapareciendo en el aire, como aire que era. Sin embargo, la
imagen más colorida de burbuja es la de las pompas de jabón, siendo
espectaculares las que se hacen con un largo cordel empapado en agua jabonosa,
de grandes dimensiones, que evolucionan perezosas en el aire con formas
cambiantes y refulgen bajo el sol con los colores del arcoíris, hasta que su
ensueño explota y desaparecen en la nada, como las fantasías.
Nuestra casta política actual
participa de todas esas acepciones de la palabra burbuja, aunque la primera es
la que define la variedad más dañina del
político, en el sentido de aislamiento de la realidad e introversión en
la burbuja de los partidos, desde la que se ve el exterior como un reflejo en
superficie al que no se le presta excesiva atención, ya que la vida está en el
interior de la burbuja, en la lucha por medrar. Aunque no hace falta tener una
carrera para ser político, algunos políticos, en efecto, hacen “carrera” dentro de la política. Esto es tan cierto que muchos
padres meten a sus hijos en las organizaciones juveniles de los partidos para
que aprendan allí las habilidades de la “profesión”, lo mismo que otros empujan
a los suyos a practicar un deporte desde su más tierna infancia. Así, o bien
desde la infancia o por ingreso a distintas edades y por distintos estímulos,
familiares, de amistad o intereses, se va consolidando una visión partidista y
endogámica que configura un mundo propio, en el que los otros partidos son el
enemigo y la sociedad el escenario en que su actividad y sus batallas tienen
lugar. El político vive de la política, bien por sueldo exclusivo o
complementado por otras actividades y prebendas derivadas de su cargo e influencias. Su “mundo” está en la
burbuja política, en el ascenso en los
determinados niveles de responsabilidad del partido, y su máxima aspiración llegar
al gobierno del Estado y desempeñar allí un alto cargo. En esta esforzada
carrera, su actividad esencial consiste en relacionarse con los miembros del
partido, tramar fidelidades y formar parte de los grupos de poder e influencia
dentro de él. El mundo social y el mundo político se convierten así en
entidades separadas, paralelas, el primero sujeto a la actividad del segundo, y
éste con sentido en sí mismo, en su propia perpetuación.
La acepción de la palabra burbuja
como gran globo sutil que se hincha y refulge bajo el sol es también muy
oportuna. En la actualidad se ha desatado la polémica en las redes debido a la
aparición de un artículo que afirma que tenemos en España cerca de medio millón
de políticos, a cuyo rebufo se han adherido muchos que sufren el actual
desencanto de la política. Otros se han atrincherado en la contraofensiva,
asegurando que en España sólo hay 8.812 alcaldes, 65.896 concejales, 1.031
diputados provinciales, 650 diputados y senadores, 1.206 parlamentarios
autonómicos y unos 150 responsables de cabildos y consejos insulares. O sea, cerca
80.000 cargos electos y directos. Pero los primeros responden que además de
estos políticos de cargo, hay otros cargos “políticos”, es decir, puestos
designados directamente a dedo desde la política, como los cargos de confianza,
asesores, dirigentes de organismos internos y de gestión, de empresas públicas
y semipúblicas, fundaciones, consorcios, etc., etc. Y a su vez, estos cargos “políticos”
siguen haciendo nombramientos a su servicio, favoreciendo a familiares, amigos,
enchufados, etc. Todos estos puestos están atrapados en la red política y
responden fielmente a ella, totalizando el casi medio millón. Faltaría por añadir
para completar la tela de araña, las conexiones y nodos comunes entre esta
maraña política y el mundo empresarial, que es la infraestructura de acción de los
diferentes tipos de corruptelas y el medio de utilización de la política como
herramienta de negocio.
Y ahí está el quid de la
cuestión, porque no se trata ya de si son cien mil o quinientos mil nuestros políticos,
sino del número de personas que revolotean en torno a los políticos electos y
viven a costa de la política en diversas instituciones y organismos de dudosa
utilidad en muchos casos. Y la cuenta sale que son cinco por cada político electo.
Ese es el problema auténtico.
Desenredar esta maraña no es fácil, aunque a
uno se le ocurre que el mal está en el origen, en la hipertrofia de la burbuja política,
y que rompiéndola desaparecería la corrupción. Reventar la burbuja política supone
disolver su contenido en el medio, es decir, en la sociedad; hacer que la
sociedad entera asuma la función política directamente, sin intermediarios, sin
las burbujas coloridas y engañosas de los partidos políticos. La libertad de
información en la Red permite la contrastación de las corrientes de opinión y
la toma de decisiones individuales, y por otro lado, se podrían, si se
quisiera, habilitar los recursos para las consultas directas a través de Internet,
dando paso a una Democracia Directa Digital. Sin embargo haría falta una mínima
educación política de la sociedad, un acceso generalizado a la Red y el asumir
la acción política directa como una actividad esencial del individuo. Esto llevará posiblemente algunas generaciones,
y será el fruto de una labor educativa creciente hacia la participación plena y
directa de la sociedad.
Entretanto, una democracia participativa
eficaz debería estar dotada de los suficientes mecanismos de control y
transparencia, del engranaje adecuado de los diferentes órganos intermedios de
representación, y de la posibilidad de realizar consultas populares en
cualquier decisión que se juzgue de interés general, así como la posibilidad de
derogar leyes y cesar representantes de manera directa cuando la sociedad lo
estime conveniente.
Este escenario de desinflado
progresivo de la burbuja política parece el más sensato, porque esperar que
reviente como lo ha hecho la burbuja inmobiliaria o la financiera, resulta un
poco iluso. Pero lo mismo que se está deshinchando la burbuja del Estado del
Bienestar a base de recortes, habría que empezar ya a recortar bastantes cargos
electos, y por supuesto todos aquellos cargos “políticos” poco o nada útiles y sospechosos
de nepotismo.
Es una opinión.
Me parece un enfoque muy razonable, la similitud con la burbuja la considero genial. Gracias a una mente tan clara que aflora opiniones valiosas...
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