Claro sucesor de la autora del casi olvidado fenómeno del Ecce Homo de Borja, por su impacto mediático, regocijo y ludibrio del personal ocioso y
posmoderno de nuestros días, el joven de 18 años y concursante de Master Chef,
Alberto, ha protagonizado un inesperado suceso que ha puesto en entredicho el
mecanismo del que ha resultado ser otro concurso típico más, disfrazado en este caso de cultura
gastronómica. Porque en él se han utilizado los mismos recursos y artimañas que
buscan conseguir audiencia por encima de cualquier otro valor. Así, desde el
principio de esta edición, se dio protagonismo al peculiar concursante, muy
amanerado, que no podía dejar de llamar la atención con su afeminamiento y
tontería. Después de algún éxito con sus decorativos "emplatados", fue expulsado
bruscamente y sin deliberación por su plato “león come gamba”, una patata
decorada, que desde su mentalidad pueril y desconectada de la realidad debió
parecerle ingenioso. El jurado, sin embargo, lo consideró, o simuló considerarlo
para armar escándalo y levantar la
audiencia, como una tomadura de pelo, como una ofensa a sus personas y al resto de concursantes que se afanaban en
sus creaciones de alta cocina. El pobre Alberto, con su emotividad de niña de
cinco años, ingenua víctima utilizada por el programa, acabó sumido en sollozos
incontenibles en brazos de la juez femenina, Samantha.
No es que el muchacho sea tonto, al menos intelectualmente,
ya que es estudiante de medicina y probablemente se licenciará como médico,
pero su sensibilidad hipertrofiada parece hacerle vivir en un mundo paralelo. Y
a eso se han agarrado los genios de la cocina de Master Chef para exacerbar los ánimos, para sembrar polémica, sin tener en cuenta la delicada personalidad
del concursante y el drama que supuso para él tomar conciencia repentinamente de
su ridículo. Claro que a la larga quizás le sea útil el escarmiento.
Esto de la hipersensibilidad está de moda en estos tiempos de "pensamiento débil", y sentimiento débil tambien, y se hizo evidente en los medios cuando aparecieron, años atrás, los concursos del Gran Hermano. En este concurso
tenemos también a un campeón de karate al que se le saltan las lágrimas al
menor descuido, y parece que eligieran a los concursantes para hacer
contrapunto con la inflexibilidad y dureza estudiadas de los jueces, que
exhiben un autoritarismo de formas que
raya a veces en la mala educación y el maltrato. Pero ese es el juego, el juego
del sometimiento del concursante. El
espectáculo a costa de los ingenuos aspirantes a cocineros es lo que manda, todo sea por el rating.
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