
Por unos días, el mundo se para, se
libera de su carga y las personas vuelven a ser plenamente humanas, aptas para
la felicidad y el amor. Es como si lo verdadero hubiese estado escondido,
sojuzgado, impedido. Y entonces resurge la fantasía y pensamos que es posible
la felicidad durante el resto del año.
Luego llega el sorteo y no toca, se muestra el feo rostro de la realidad, de
las confrontaciones, de los egoísmos y los problemas. Pero antes es Navidad,
sólo Navidad, es el nacimiento del hombre en su auténtica dimensión, pleno de entusiasmo.
Los mendigos de la Calle de
Preciados acentúan estos días sus papeles tan bien ensayados, como “el postrado”,
con la cabeza en el suelo escondida entre los brazos y sollozando
continuamente, el eco de su llanto surgiendo lastimero del hueco de su cuerpo
humillado; o “el manco”, manco total, desde la raíz de sus brazos en los
hombros, que agita fuertemente un vaso sujeto con la boca y con algunas monedas
dentro a la manera de sonajero. Lo agita con exigencia, con orgullo, con energía
que no cesa mientras grita sonidos ininteligibles, quejidos angustiosos de
impotencia, toda su voluntad puesta en los poderosos músculos de su cuello,
como otros la ponen en la fuerza de sus brazos. También los
mendigos están preñados de esperanza y actividad en estos días, confiando en
una generosa recaudación. El caudal de personas que fluye por las arterias
peatonales se entrevera con encuestadores de dos minutos, con repartidores de
propaganda, con gentes llegadas de cualquier provincia para hacer las compras
navideñas, ávidas de hacerse fotos con sus smartphones.
Es la Navidad. Hay quien dice que toda la ilusión de estas fechas
es falsa, que habría que pasar de ella, que es humo; pero si al menos somos
capaces de ser felices unos breves días, no se habrá perdido todavía la memoria
de la felicidad, la capacidad para el amor.
Feliz Navidad a todos.
No hay comentarios :
Publicar un comentario