
Sin embargo, la bola de la Puerta del Sol cumplía una
función originaria del siglo XIX, que era la de servir como referencia de
sincronización visual de todos los relojes de la villa. La bola ascendía cinco
minutos antes del mediodía, y a las doce en punto comenzaba a bajar. Esta
función era común en todos los relojes principales de la época, como el del
observatorio de Greenwich, unas décadas anterior al de la Puerta del Sol. Se
les llamaba “bolas horarias” o “time balls”.
Tanto el uso de la bola horaria de la Puerta del Sol como la
toma de las doce uvas como rituales de cambio de año son tradiciones recientes,
de origen casual pero que han cobrado arraigo, sin duda por su carga simbólica
inconsciente. Las uvas no pueden ocultar su simbolismo pagano, dionisíaco,
generadoras del vino que transporta al éxtasis.
Éxtasis por liberarse de un año cargado de pesares que ya se
van a dejar atrás. Éxtasis por empezar un año nuevo, limpio, cargado de
promesas y de ilusión. Morir para renacer renovado, ese parece ser el
significado de la celebración.
La bola de la Puerta del Sol y la de Times Square, por muy
doradas y multicolores que sean, por muy festivas e ilusionantes, ¿no serán
simplemente “bolas”, engaños de la fantasía para ir tirando sin desfallecer?
Claro que a lo mejor hay suerte.
¡Feliz Año Nuevo!
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