
Todo es un juego de estrategias por el poder, y mientras
tanto los ciudadanos contemplan atónitos como los políticos juegan apasionados
sus cartas ignorando que los ciudadanos que votaron hacia la derecha quieren derecha
y los que votaron hacia la izquierda quieren izquierda, y asisten perplejos a la
posibilidad de que cualquier salida indeseada sea posible. El tiempo de los ciudadanos
pasó, ahora es el tiempo de los políticos, el tiempo de la conquista del poder a
cualquier precio.
Esto es una tontería, un juego a dos niveles en que el nivel
político, el superior, usa a la
ciudadanía, el inferior, como un paso previo, como la regla del juego o
reparto de cartas que le permitirán hacer sus jugadas por el poder. La clase
política, aunque presuma de popular o populista, sigue separada de la clase ciudadana.
Con gran lucidez dijo Jesús el galileo “Dad al César lo que
es del César y a Dios lo que es de Dios”, banalizando la política, sobrepasándola
y afirmando la primacía de lo verdadero sobre lo coyuntural humano, sobre el tributo
político que hay que pagar por existir en este mundo.
La democracia es un teatro,
una comedia a veces trágica pero inevitable porque la convivencia exige
acuerdos, aunque a veces sean inconvenientes. El único consuelo es que no son
eternos.